“Natacha, con c, no con s. Casi siempre lo escriben mal y me da mucha bronca. Entonces les digo: o lo ponen bien o no les hablo más”. No muy alta (medía 1,66), tampoco robusta –era escencialmente menudita y parecía tener la piel pegada a los huesos- ni de voz dominante, Natacha Jaitt imponía presencia y credenciales desde su personalidad guerrera y frontal. Ya con su saludo en la primera nota que le daba a un medio gráfico argentino (a Paparazzi, obviamente, hace más de 10 años) dejaba en claro que si había que ir a la guerra, ella iba aunque en sus manos tuviera un escarbadientes.
Había vuelto de España, un viaje que marcaría su vida para siempre. Un antes y un después en su andar por el mundo, que arrancó un 13 de agosto de 1997 y se terminó hoy, en la lluviosa y húmeda madrugada del 23 de febrero de 2019, 41 años, 6 meses y 10 días después de aquel alumbramiento ocurrido en Buenos Aires.
Se fue rápido, demasiado pronto, pero no pasó inadvertida. Para nada: su vida llena de declaraciones frontales y escandalosas, sus peleas con figuras de la farándula, sus denuncias por violencia de género y violación, sus excesos, su libertad para admitir relaciones con hombres casados y su falta de prejuicios para hablar de sexo la convirtieron en un personaje mediático. Ultimamente más de la periferia de los medios, con cierto toque de marginalidad, que de su corazón propiamente dicho, pero definitivamente ineludible e inexplicable a la hora de analizar el ambiente de esta época.
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Hace ya muchos años, una Natacha sin demasiada suerte laboral decidió probar fortuna en otro destino, y se fue a España con lo puesto. “Me fui con el único pucho de guita que tenía. Y lo de pucho es literal, porque creo que sólo alcanzaba para cigarros. Obviamente no tenía papeles ni documentos en regla. Y bueno, una hace lo que puede” admitió un tiempo después. A la velocidad de la luz, casi como todo en su vida, encontró un huequito. Vio luz, y subió.
En Madrid descubrió que había un casting para Gran Hermano. Se anotó, en las pruebas habló de sexo como ningún otro participante, varón o mujer, y quedó en lista de espera. La deserción voluntaria de una jugadora le permitió entrar al juego. Y permaneció en la casa seduciendo a los televidentes con su discurso liberal y desfachatado. Aunque no ganó –salió tercera- todos, allá, sabían quién era esa mujer de pelo cambiante (en general morocha, a veces castaña y se le pintaba, de cualquier color) y mirada vertiginosa.
Había encontrado, por fin, su lugar en el mundo. Lo suyo eran la tele, la radio, las confesiones y los consejos eróticos. Por ahí estaba su yeite. Pero claro: extrañaba. A los amigos, a la familia, a su hermano (otra figura clave de su vida, aliado incondicional de principio a fin) a los aromas y a los sabores de la Argentina. Y ya con una profesión en las maletas volvió al país. No sólo con algo a lo que dedicarse: aquella personalidad siempre firme había terminado de forjarse. Vaya que la conoceríamos.
Otra vez acá, en principio tuvo más espacio en la radio que en la tele. Y opinando sobre intimidades propias y ajenas y sugiriendo experiencias tanto a varones como a muchachas llegó a las páginas de Paparazzi. A aquel encuentro con advertencia incluida: “Natacha, con c, no con s. Si lo escriben mal no les doy más bola”. Contó algo de su vida, repasó el sex appeal de los famosos argentinos (dijo, entre otras cosas, que “Dady Brieva me parece el macho más sexual del país”) y habló de sus deseos laborales: como muchos, quería llegar al Bailando.
Cumplió algunos deseos (fue nominada a un Martín Fierro como mejor programa nocturno de radio, efectivamente estuvo en lo de Tinelli, y hasta fue una suerte de conductora de un ciclo de América, Natacha enciende tus sentidos) y otros no, pero aquel ascenso a los primeros planos coincidió, también, con una modificación sustancial en la mirada que los propios medios tenían de ella.
Al calor de los innumerables escándalos que fue protagonizando con distintas personalidades del ambiente y de sus testimonios sin red, aquella Natacha divertida, audaz y provocativa que era convocada para hablar de lo que pasaba entre las sábanas de los famosos se transformó en alguien solo convocado, y cada vez con menos frecuencia, para referirse a cuestiones escandalosas y a bochornos mediáticos. Su relación “extramatrimonial” con Diego Latorre y su infernal pelea con Yanina, la esposa del ex futbolista, y sus acusaciones por pedofilia, el año pasado, en la noche de Mirtha Legrand más caliente de sus 50 años televisivos le valieron tantos apoyos como rechazos.
Casi olvidada por la tele, se refugió en Twitter. Desde allí denunció violencia de género y, hace poco, una violación por parte de dos hombres. Fue a la justicia, denunció todos esos hechos como corresponde, y acusó al Colectivo de actrices argentinas de no acompañarla en su reclamo. Ninguna de las causas tiene resolución y habrá que ver, ahora, como siguen.
También fue intensa con sus amores. Era imposible que alguien se metiera con su hermano, Ulises, sin que recibiera su respuesta furiosa. Ni hablar de cómo defendía a sus hijos: Valentino, que tuvo con Adrián Yospe, su marido y con quien terminó en los peores términos, y Ornella, que tiene 20 años, vive en Rosario y a la que presentó recién en 2018. “Respeté sus tiempos, y ahora que es mayor y tiene ganas ella, la muestro”.
Quizás sea la mejor manera de recordarla. Rodeada de aquellos a los que quiso tanto. Y con los que no estuvo esta noche fatal, trágica, definitiva. Esa, la de los afectos, también era Natacha. Natacha con c, no con s. No sea cosa que donde esté, se enoje.
Hace 20 años, en su primer embarazo. "Nunca fui tan feliz", dijo ella.
Una vida siempre al límite.
Junto al gran luchador Martín Karadajian, uno de sus ídolos de la niñez.
"Dady Brieva me parece bien machote", reconoció.
Angel Debrito fue uno de sus mejores amigos.