El cuento era color de rosa. O mejor aún: abarcaba un abanico inmenso de tonalidades. Todo era perfecto en la vida de Sofía González. Después de ganar fama como una de las bailarinas preferidas de Marcelo Tinelli (Y de Agustín Casanova, con quien se la involucró), la muchacha se radicó en Brasil con su novio.
Vivían muy enamorados, muy apasionados y muy sensuales en la playa. En una de esas playas de aguas cálidas, escaso oleaje y vegetación interminable. De un lado turquesa, del otro verde. En el medio ellos. Los dos. El amor, la vibración, el cariño, el vértigo, la candidez. Todo era ideal, inmejorable… Pero, valga la redundancia, siempre hay un pero. Y esta vez llegó en forma de crisis.
Un día, Sofía y su muchacho empezaron a sentir que todo eso que era 10 puntos al final era un poco aburrido. Que había algo que debía estar mal como para tener un incentivo para mejorarlo. Se dedicaban al turismo y ya se sabe que en Brasil, si hay una industria que es fructífera, es esa. Les iba bien, vivían donde querían, siempre andaban cómodos de ropa, pero algo no funcionaba.

Entonces pasó lo que nadie imaginaba (pero en el fondo, la familia de ella, un poco asustada de esa vida aventurera y nómade que había encarado, deseaba que sucediera) y Sofía decidió volverse a la Argentina. Sola. Sin el novio. Separada. Como decían las abuelas hace unos cuantos años, “con una mano atrás y otra adelante”. Dejó la paz y la calma chicha de allá para reencontrarse con el ritmo loco, acelerado, frenético y muchas veces enloquecedor de Buenos Aires.

La picante cuenta de Instagram “Chusmeteando” buceó en las redes sociales de Sofía y confirmó la información que se venía rumoreando en los chats de las bailarinas que trabajaron con Tinelli. La propia morocha contó, en un perfecto portugués, que “Nos separamos”.

“En diciembre vine para San Pablo, que queda a unos 800 kilómetros de donde vivíamos. No estoy mas en esa casa paradisíaca porque me separé” puso la muchacha junto a una foto de su rostro angelical. Ahora habrá que ver qué oportunidades laborales se le presentan en un mercado que está cada vez más comprimido y cada vez más complicado por el “efecto arrastre” que va dejando la pandemia de coronavirus.
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