Tal vez, la profesión sea el justificativo. Tomás Fonzi (38) aparenta ser un chico con la experiencia de la carrera y los años de un hombre. Actor con oficio desde chico, protagoniza en el cine Todo por el ascenso (con Ariel Pérez de María y Fernando Govergun), una comedia de situación con sello personal.
“Me gusta terminar un proyecto y empalmar con el otro. Me siento ciento por ciento laburante. Aunque haya arrancado de chico, no puedo hacer uno o dos trabajos por año, eso hablaría de una posición económica que no tengo y de un cansancio sobre la profesión que tampoco me alcanza”, dice en el comienzo.
–La del actor no es una profesión estricta, ¿hay días que te gustaría tener “horario de oficina”?
–¡Sí, obvio! Me gustaría ser guardaparque, dejar todo e irme a la orilla del Paraná a proteger los peces. Podría hacerlo un buen tiempo, un año sin duda. De lo que hago me sigue atrapando la posibilidad de renovar la experiencia con cada proyecto. Cambiar de compañeros, de director, de guionista y de personaje hace que todo empiece de cero. Siempre me brindo a la experiencia como un chico que lo hace por primera vez. Hay algo en el “protagonizar”, como es el caso de este filme, que me detiene. No me quita el sueño. Es más, me siento más cómodo como ladero, como el que tira paredes. Soy más un armador de juego, que distribuye la pelota.
–La peli tiene como marco el fútbol, ¿sos fanático?
–Soy de River, de los que van a la cancha, muy hincha pero no irracional, nunca. No me amargo ni me peleo por el fútbol. Lo uso para ponerme contento y festejar. A los clásicos voy a ir, sin duda. Juego religiosamente al fútbol todos los miércoles hace muchos años, pase lo que pase, llueva o truene, literal. Hasta prefiero pasar el festejo de mi cumpleaños si cae miércoles. Es una descarga enorme. Hay algo cuando juego al fútbol que no controlo, aparece un Tomás que tengo reprimido. Me aparece un histérico, gritón y calentón de mierda que en otros ámbitos no sale.
–¿Jugás bien?
–¡No! Soy puro corazón. No soy del último que eligen para un equipo pero tampoco un habilidoso. No soy de buen pie. Eso sí, pongo impronta emocional al equipo y dejo todo en cada pelota. Y es lo que pretendo de mis compañeros de equipo porque somos bastante chotos. Salvo de mi hermano menor, que es una luminaria. Ahora también soy corredor. Ojalá llegue a lo que hace Nico Cabré. En el horizonte está un maratón. Nació por el fútbol: un partido por semana se me hacía corto. Entonces, intenté organizar que sean dos y se complicó juntar gente. Y un día, harto de escribir por WhatsApp, me puse los pantalones cortos, las zapatillas y salí a correr solo. Los días que tengo que salir y no salgo me pesan un montón en el ánimo.
–Tu hermana enfrentó un tumor y se recuperó.
–A ella la veo más grande, no literal, obvio. La veo más fuerte, evolucionada, mejor. Aprendió mucho. Hay cosas que uno no tiene en el radar y que no está bien no tenerlas. Nos puede pasar cualquier cosa a cualquiera. A uno, a la gente que tenés cerca. Esto, como cualquier otra tragedia, desgracia o la naturaleza misma, que es morirnos, no la tenemos como noción clara de que va a pasar. En ese sentido fue un gran aprendizaje.
–Suspendiste tres veces el casamiento con tu mujer, ¿la cuarta es la vencida?
–Por ahora no hay cuarta… Tenemos dos hijos, es un trámite burocrático que queda en el tintero. Los hijos no lo piden, son otra generación. La estructura caduca del matrimonio ya no va más. Lo que pasa es que nosotros crecimos y estamos formados en eso, y no se me ocurre otra manera… El poliamor y esa movida no la tengo.
