TOC-TOC: la que golpeó a la puerta de Mauricio Dayub fue la gloria. La de ser protagonista de la obra más vista en la historia del teatro argentino (aunque Moria Casan insista con que sigue siendo Brujas), la de ser respetado y admirado por los colegas y por el público, la de ser considerado un maestro de la actuación con el que todos quieren tomar clases, la de ganar el premio mayor que entrega la actividad en el país, el ACE de Oro, aunque el galardón venga de la mano de otro espectáculo, El equilibrista, y no precisamente de TOC-TOC, la pieza que le cambió la vida, le permitió consolidarse como el gran actor que es y le brindó la chance de disfrutar un buen pasar justo a él, el hombre que debió reinventarse varias veces para enfrentar la malaria y las carencias.
La gloria también es, para él, disfrutar de los buenos momentos con su mujer, Paula Siero, y con Tobías, el hijo que tuvieron juntos. Alguna vez, Dayub –nacido en Paraná, la capital de Entre Ríos, y que el 28 de enero de 2020 cumplirá 60 años– dijo que “llegué un poco tarde a todo. A la actuación, a la vida en pareja, a la paternidad, y al reconocimiento”, y algo de razón tiene. La justicia pudo tardar, se demoró en muchísimas otras moradas, pero finalmente llegó a su puerta. Y él le abrió…
La entrega del ACE de Oro tuvo una particularidad: Juan Leyrado, ganador en 2018, debía leer el nombre de su sucesor. Pero cuando abrió el sobre, el papel no decía nada. Estaba en blanco. Entonces le dijeron al oído quién había ganado. Era Dayub. Al subir al escenario, triunfal y orgulloso, se animó a bromear con la circunstancia. “Cuando venís tan desde abajo hasta en este momento no sos nadie. Ni acá figuro. Es extraordinario esto, es maravilloso”.
Emocionado hasta las lágrimas, recordó momentos difíciles y contó que “yo tenía el pensamiento de que no iba a poder hacer demasiado. Y eso me fortaleció mi vocación y me generó un gran deseo. Le agradezco a todo lo que me ha faltado y a todo lo que no he tenido. Llegué a esta ciudad sin conocer sus calles ni a sus actores, y hoy los conozco a todos, y todos me conocen a mí. Y agradezco mucho porque siempre quise que el teatro no sólo divierta y entretenga, sino que además pueda ayudar a los demás. Y tal vez este momento pueda servirles a quienes están empezando sin tener nada, como yo, porque un día se puede sentir que uno lo tiene todo, como me pasa”.
Dayub llegó a Buenos Aires no desde Paraná sino desde Santa Fe, adonde se había trasladado a estudiar ciencias económicas. Pero en su interior sentía que su vocación era otra. En realidad siempre lo supo. Más allá de los mandatos familiares, quería actuar.
Y como Dios está en todos lados pero atiende sólo en la Capital, se vino con lo puesto. Y vaya que la remó: pintó casas, fue vendedor ambulante, atendió puestos en ferias, vivió en pensiones, a veces no tuvo ni para comer ni para dormir.
Pero siempre salió a flote. Empezaron a aparecer propuestas. Y posibilidades. Y crecimiento. Hasta que un día le propusieron hacer TOC-TOC. Y creyó que iba a ser un fracaso, pero aceptó porque dos días antes se había gastado sus ahorros en la seña de un auto y su mujer medio que se había enojado.
“Algo va a aparecer”, la tranquilizó él. Entonces llegaron las 2.952 funciones a sala llena, cruzando la barrera del millón setecientos mil espectadores. Y todo lo demás, que lo llena de felicidad. Porque, como escribió en su cuenta de Instagram: “Ser feliz es ser de grande lo que uno quería ser cuando era chico”.