Si bien el tango dice que 20 años no son nada, 19 pueden ser un montón, sobre todo para la vida de una persona. Casi dos décadas en la que pueden abundar los cambios, las variantes y las modificaciones de todo tipo. Las físicas son inevitables. Y se les da una "ayudita" en el quirófano, más todavía.
Hace 19 años, Luciana Salazar era una muchachita. Una jovencita que llegaba a los medios de comunicación masivos con sueños de triunfar como modelo, como vedette, como conductora de televisión o como figura del teatro.
No había internet, redes sociales ni portales de noticias. Y si ya existían su alcance era infinitamente menor al que tienen ahora, que la gente accede a ellos con el celular y desde cualquier lugar del mundo: recostada en la cama, sentada en un sillón, viajando en el bondi o caminando por la calle. En ese entonces, las chicas como ella encontraban en las revistas un lugar donde hacer pie.
Era el 2002 y en Argentina retumbaban, todavía, los ecos de la gigantesca y dolorosa crisis del diciembre anterior. No existían el 4k, no se hablaba de 5g ni mucho menos de coronavirus ni de cuarentena. Otra época. Otro mundo. Y otra Luciana Salazar, para qué negarlo.
Alrededor de la "rubia de oro" siempre hubo un mito en cuanto a las cirugías estéticas que se hizo. Es más: una vez Mirtha Legrand se lo comentó en un almuerzo, y a ella no le gustó nada esa intervención. Se enojó y todo. A la diva no le importó mucho y, fiel a su estilo, repiqueteó una y otra vez con el tema.
Ella siempre jugó al misterio con la cuestión, como con todo lo que tiene que ver con su vida. "Nada, un poquito", "Algo en la carita", "Botox y nada más" se limitó a responder cuando le preguntaron.
Las fotos, en cambio, son elocuentes. Quizás porque una imagen dice más que mil palabras, la postal de 2002 es demoledora. Puede gustar más la de antes o la de ahora, pero que la diferencia es notable nadie lo puede negar.