Algunos se conocen muy por arriba. Otros no. Ni siquiera de vista. Un par compartieron laburos, fueron a comer juntos o cruzaron mensajes de WhatsApp, pero la mayoría ni siquiera debe tener agendado el teléfono del resto. Si se encuentran por la calle es probable que se saluden, pero no mucho más. Sin embargo, tener escasa relación o coincidir poco en determinados lugares no les impide formar parte de la misma tribu farandulera: la de los hípsters del ambiente, hombres que marcan tendencia a partir de cuestiones corporales (la barba y, en general, el cuidado de la silueta), de indumentaria (vintage, descontracturada, colorida) y de filosofía: en general se preocupan por la alimentación saludable, el medio ambiente y la buena comunicación. No está escrito en ninguna reglamentación, pero casi todos tuvieron –y todavía tienen– arrastre afectivo y sexual.
Los hípsters nacieron en los Estados Unidos en la década del 40 y del 50. Originalmente se trataba de jóvenes de clase media y clase alta que querían mostrar su descontento con aquella sociedad que salía de la Segunda Guerra Mundial. En su mayoría escuchaban jazz pero no hablaban, como nadie en ese tiempo, de comida ni del calentamiento global. Los tiempos fueron cambiando y los lazos que los amuchan y hermanan, hoy, son otros. Más que nada en la Argentina. Por ejemplo, aquellos que cruzaron la barrera de los 45 a los 50 se animan a lucir rejuvenecidos y hasta se decidieron a ser padres.
Es el caso de Marcelo Tinelli, quien a los 59 se muestra más activo incluso que hace unos años. Ni siquiera aquel “38 a 38” que le negó la posibilidad de presidir la AFA lo desanimó en su intento de ser dirigente. Dicen que será candidato a presidente de San Lorenzo en las próximas elecciones –su caballito de batalla será construir el estadio que le permita al club volver a Boedo– y que ese podría ser un nuevo trampolín rumbo al máximo cargo del fútbol argentino. Hace unos meses, incluso, sonó muy fuerte la posibilidad de que se lance a la política nacional, intento que se frustró después de que le leyeran encuestas no muy favorables. Hace unos años fue papá de Lorenzo, con quien juega al fútbol y lleva a la escuela. Se hizo un montón de tatuajes, sigue liderando con mano maestra Showmatch y el rating de la televisión, y podría decirse, si hubiera un ranking, que es el hípster número uno del país.
Jorge Rial es otro maduro que, de pinta, parece un pibe. Usa ropa canchera, se dejó una barba que es la envidia de muchos, capitanea el programa de espectáculos con más historia de nuestra tele y está lleno de proyectos: cuando no es una web es un programa de radio. O un libro. O algo que se le ocurra. Este año, además, se casó con Romina Pereiro, una nutricionista que le agregó la última cualidad que le faltaba para ser un hípster hecho y derecho: preocuparse y ocuparse de su alimentación. Menos grasas y frituras y más vegetales y legumbres redundan en una calidad de vida superior.
Leo Montero, que en breve llegará a los 47 pirulos, podría ser considerado uno de los pioneros en acercar a Farandulandia este modo de transitar por la vida. En su caso, practicando deportes, de los que siempre se consideró un fanático.
Pero no sólo de “veteranos” se nutre la cultura hípster. También están los pibes que viven, hasta sin saberlo, de esa forma.
Nico Occhiato es un veinteañero que la está rompiendo toda desde que llegó al Bailando. Ya no está de novio con Flor Vigna pero hasta se dio el gusto de coquetear con Pampita. La barba, la simpatía y la pose de pibe de barrio que tiene calle son sus marcas registradas. El Pollo Alvarez y Nico Magaldi son otros dos fieles exponentes. Coinciden en que son conductores, en que formaron sus familias y en que tienen… sí, barbita.
Un párrafo aparte merecen nuestros galanes. Porque ellos sí que son “ciento por ciento” hípsters. Fanáticos del cuidado de su imagen, en algunos casos de las artes (bueno, al menos es lo que dicen), de la ropa pintona y de la buena vida, que incluye placeres como viajar y descubrir otras culturas, son realmente llamativos y vistosos.
El último en incorporarse a la galería fue Albert Baró, quien se dejó la barba cuando llegó a la Argentina. Aquel de cara limpita que conocimos en Merlí hoy tiene rasgos de hombre adulto. Y muy interesante, por lo menos para Delfina Chaves. Ni hablar de Luciano Castro y Gonzalo Heredia –dos que además de compañeros son muy amigos–, Nico Vázquez, quien convierte en oro todo lo que toca, y Benjamín Vicuña, el chileno que se envolvió en amores con algunas de nuestras más lindas mujeres.
Pedro Alfonso se volvió un hípster a medida que fue creciendo profesionalmente. Es lógico: no debería llamar la atención que su llegada a la categoría haya sido “producto” de su mejora laboral. Hay más, pero no podemos nombrar a todos. Sería aburrido. Más divertido es decir que la onda hípster le vino BARBA-ra a la farándula.