Erase una vez un señor que gobernó la Asociación del Fútbol Argentino durante 35 años. Un dirigente que supo sortear con envidiable cintura las imposiciones de los sucesivos gobiernos y que ocupó un cargo de relevancia en la Federación Internacional de Fútbol Asociado (FIFA) sin saber pedir una pizza en inglés. Ni más ni menos que el mismo que a lo largo de su gestión llevó a la Selección argentina a obtener diferentes títulos, mundiales y continentales, pero que paralelamente vio eclipsados sus logros deportivos por las reiteradas denuncias de corrupción que lo sentaron en un imaginario banquillo.
Ese hombre, que hoy ya no está, dado que falleció en 2014, se llamaba Julio Humberto Grondona. Para sus devotos, un referente indiscutido, un líder único e irrepetible. Para sus detractores, en cambio, directamente el Padrino, con todo lo que eso implica. Nacido en Avellaneda e hincha ferviente de Arsenal, “Don Julio” adquirió una marcada trascendencia, principalmente, por haber alcanzado objetivos muy altos. Sin embargo, su poderío también se afianzó por su manera de ser, pues Grondona era sinónimo de pocas palabras, partidario del accionar.
Y como todo terrenal, tenía sus cábalas. Una de ellas, y probablemente la más conocida, iba con él a todas partes las 24 horas los 365 días del año: su anillo. De oro, claro, con una frase patentada por él: “Todo pasa”. Sin dudas, una máxima que lo ayudó a resistir durísimos embates y a dejar en manos del tiempo el fluir de los acontecimientos. No estamos locos.
Claro que no, pero, aunque parezca mentira, entre Grondona y Ari Paluch hay similitudes. Ni el creador de El exprimidor simpatiza con el equipo de Sarandí ni tampoco el ex presidente de la AFA condujo alguna vez un programa de radio con tantos oyentes. Las coincidencias entre ellos no radican ahí. Se dan, para ser concretos, por compartir una visión común en la asimilación de los problemas.
En octubre de 2017, Ari comenzó a transitar un camino inesperado, tanto por él como por gran parte de la opinión pública, que quedó estupefacta por las afirmaciones de Ariana Charrúa, una sonidista de América 24 que lo acusó de haberla “abusado”. En los días posteriores salieron a la luz un par de videos y nuevos testimonios que fueron utilizados para refrendar los dichos de Ariana, montando un escenario público netamente desfavorable para Paluch y obviamente también para su familia.
Esto derivó en un alejamiento del conductor de sus habituales ámbitos laborales, con el propósito de refugiarse en sus afectos y proteger su privacidad. El agua bajo el puente siguió su curso y al día de hoy, dos años más tarde, Ari está volviendo a ser. Progresivamente el conductor fue retomando el ritmo de trabajo y fundamentalmente fue comprobando el amor incondicional de su gente, que pese a todo nunca le soltó la mano.
Ni sus hijos, Nicolás y Martina, ni su esposa Carolina. Más que nunca, sus seres queridos actuaron como pilares para apuntalarlo anímicamente, comprendiendo su situación y creyendo en su campana, permitiendo que el correr del tiempo contribuyera a un reacomodamiento. Un reacomodamiento que finalmente se hizo realidad pues, evidentemente, para Paluch y los suyos “todo pasa” y el amor verdadero queda.