Pampita podrá ir a buscar a Natalia Oreiro y escribir un futuro distinto en la relación entre ellas, seguramente. Lo que no podrá lograr, por más que hable, grite y despotrique, es borrar a golpes, a empujones o a palabras subidas de tono el pasado de la uruguaya. Y todo lo que hizo en sus 46 años de vida.
Bueno, no en los 46. Desde que era una jovencita y empezó a sentir las burbujas en la sangre cuando veía a alguien que le gustaba. Desde que se volvió una muñeca y demostró que era brava y que iba al frente cuando otra persona le movía la estantería. Y desde que el resto del mundo descubrió que esa muchacha era dueña de una belleza de novela, que se la terminó "adueñando" Ricardo Mollo con su arte.
Rápidamente hubo jaleo amoroso en la vida de esta morocha que hasta fue paquita de Xuxa de lo linda y de los simpática que era. Era la novia de Pablo Echarri, un galanazo a toda orquesta, el Richard Gere argentino, cuando lo engañó con Iván Noble y se armó un lío de aquellos. Más allá del candombe que hubo, lógico con una uruguaya en el medio, él nunca dijo nada: los caballeros, y más lo de la quema parece, no tienen memoria.
Memoria no, pero poder de seducción sí: ese fuego llevó música, ritmo y muchas cosas más por el insondable mundo de las relaciones humanas, en el que fue alcanzando gente de todo tipo, factor y grupo sanguíneo. Y por más que le duela a Pampita, en las ramificaciones del árbol genealógico de Oreiro aparece colgado Benjamín Vicuña, y cuando era su marido. Uruguay, Argentina y Chile, la triple frontera del amor, las traiciones y las promesas de venganza.