No pasó como un día más, ni se borró de la memoria de todos sus fanáticos. La muerte de Diego Armando Maradona dejó aquel 25 de noviembre del 2020 un antes y un después en la historia del fútbol mundial y un dolor incomparable en miles de hinchas argentinos.
Fue reconocido en cada país del planeta, pero siempre relacionado con la camiseta celeste y blanca, con la que supo conquistar los corazones de cada habitante, sea del equipo de fútbol que fuere.
Declarado apasionado hincha de Boca Juniors, fue una de las pocas personas en el mundo que no solo se ganó los aplausos del eterno rival, sino también cientos de homenajes, tatuajes y lágrimas del resto de los fanáticos de la Liga Argentina.
Pero como se ha escuchado en varias oportunidades, hay que separar el jugador que deslumbraba dentro de la cancha de la persona de carne y hueso que vivía su vida al límite y tenía miedos y preocupaciones como cada mortal sobre esta tierra.
Tanto su hermana Ana como su abogado y socio Matías Morla, reconocieron que en varias oportunidades el Diez les presentó sus dudas sobre el cariño de la gente y sufrió un temor irrisorio porque sus fanáticos lo olvidaran: “¿Ustedes piensan que la gente se va a olvidar de mí?”.
No obstante, a pesar de esa duda “tonta” que cualquiera podría distinguir viendo el reconocimiento y el amor de los hinchas hacia el ex director técnico de Gimnasia y Esgrima de La Plata, un allegado al entorno más cercano de Diego reconoció estas incertidumbres que le surgieron al Diez antes de morir: “Diego siempre preguntaba si el pueblo lo iba a querer para siempre. Una de las cosas que mejor le hacían era cuando los chicos, que por ahí no lo habían visto jugar por un tema de edad, le demostraban su admiración. Eso para él era una caricia, porque se daba cuenta de que había trascendido más allá de las generaciones que pudieron seguirlo en una cancha”.
Durante la época de pandemia, Maradona se encontró aislado en una situación que no era la deseada para sus ansias de contactar con sus fanáticos, a los cuales, según reveló su ayudante de campo en Dorados de Sinaloa, Mario García, ponía a prueba ante cada pedido de un autógrafo: “Cuestionaba a los que se le acercaban a pedirle un autógrafo si no sabían de cuándo era la foto que le daban a firmar. Él decía estadio, rival, cuántos goles hizo... Creo que solo le faltaba la hora del partido. Así era Diego. No le negaba autógrafos a nadie, y menos su firma en las camisetas”.
No obstante, según reveló su colega, el deseo del Diez era “ser parte activa de la historia hasta su último día”, y remarcaba constantemente que no quería “ser una pieza de museo”. Y, de alguna manera, consiguió su prometido al estar presente dentro de un campo de juego dirigiendo al conjunto de La Plata y dejando su huella en cada jugador que estuvo o no a su lado.
