Parece mentira, pero con 5 millones de personas en la calle y con los medios televisivos distribuyendo móviles, drones y hasta helicópteros por toda la ciudad de Buenos Aires y sus alrededores, en un momento "se perdió" el micro que conducía a los campeones del mundo. Nadie sabía dónde estaba y esa era, entre la 1 y las 3 de la tarde, la gran pregunta de la jornada: ¿Qué pasó con los jugadores? Finalmente, Telefe enganchó a la Scaloneta en la Ricchieri y captó unos cuantos momentos para destacar.
Uno de ellos fue el de Lionel Messi parado sobre el micro y acercándose a una de las brandas de del omnibus para recibir el saludo enloquecido de la muchedumbre. Al quedar cara a cara con la multitud, la gente empezó a corear su apellido ("Meeeeessi, Meeeeessi") estirando sus manos para después moverlas para arriba y para abajo en señal de reverencia.
Messi estuvo tan rápido como cuando se mueve por los campos de juego y repitió el gesto para la gente, devolviendo el gesto para sus "fieles". La comunión entre unos y otros, entre el Dios del fútbol y sus incondicionales feligreses, fue plena y absoluta. Se generó un momento único, mágico e inigualable. La mancomunión ideal, soñada, para todos los tiempos.
Poco antes de ver ese momento tan especial, se pudo observar a un par de jugadores cantando como si estuvieran en un recital o en un boliche. Agarraron el micrófono que les pasó el notero y gritaron "dale campeón" y un temita dedicado a Brasil, el archirival de toda la vida que sigue llevando la delantera (con 5 campeonatos del mundo) pero ahora ya nos tiene más cerquita.
En el estudio estaban exultantes. Mientras el resto de los canales mostraba imágenes de archivo o de gigantescas multitudes desbordando y colapsando la Capital Federal (se cree que se trata de la mayor movilización de la historia de la Argentina, y una de las más numerosas que se recuerde en todo el mundo) ellos tenían el micro de los campeones a medio metro de distancia. Un golazo de los muchachos.
Messi no pudo más de alegría y desde que ganó el Mundial, el único campeonato que le faltaba a su magistral e inigualable carrera, parece otro muchacho, más relajado, más feliz, más contento. Se dio el gusto de dormir abrazado a la Copa, y en el propio campo de juego del estadio Lusail de Doha, donde se jugó el partido decisivo, fue a buscar a su familia y les gritaba "ya está, ya está" a modo de desahogo.