Explotó todo. Nunca mejor utilizada la frase: los festejos por la consagración argentina como tricampeón mundial de fútbol desbordaron el centro de la ciudad de Buenos Aires, los alrededores del predio de AFA y todos los caminos que comunican ese edificio con la Capital Federal. Los jugadores que trajeron la Copa de Qatar con Lionel Messi a la cabeza, el cuerpo técnico encabezado por Lionel Scaloni y los dirigentes con el Chiqui Tapia como líder saludaron a la muchedumbre, considerada la más grande de todos los tiempos, que se apiñó por todos lados alrededor del omnibus blanquiceleste.
A la 11 y 25 de la mañana, toda la delegación volvió a subir al micro del que se había bajado a las 4 de la madrugada y encaró la caravana de la gloria máxima, en la que iba una invitada especial de lujo y de oro: la Copa del Mundo que se ganó después de la infartante y conmocionante final del último domingo contra Francia. Fue 2-2 en los 90 minutos, 3-3 tras los 30 de alargue y 4-2 luego de los penales donde Dibu Martínez se convirtió en héroe.
La gigantesca manifestación popular, para los especialistas la más numerosa de la historia argentina, (se calcula que salieron a la calle unas 3 millones de personas) superó todas las expectativas, derribó todos los cálculos previos y obligó a hacer una serie de modificaciones de último momento que alteraron el recorrido oficial, que establecía un paso por el Obelisco y la posiblidad, también, de saludar desde el balcón de la Casa Rosada como hicieron los campeones del 86.
Pero el gentío obligó a tomar decisiones urgentes, algunas de las cuales pueden considerarse incómodas o poco amigables, y se modificó el recorrido por el que debía transitar la Scaloneta. A las 10 y media de la mañana, la avenida 9 de julio estaba totalmente desbordada de gente y las autoridades de seguridad aconsejaron tomar otro rumbo pues era imposible "garantizar la integridad física" de la delegación nacional. No porque la gente fuera a violentarse, sino por los desbordes que el fervor y la pasión podían provocar en la gente al ver a sus ídolos pasar tan cerca.
No era para menos. La gente esperó durante mucho tiempo el regreso al olimpo del fútbol. Había toda una generación, la que nació de 1987 en adelante, que no había visto a la Argentina ganar un campeonato mundial. Fueron muchas frustraciones. Ocho mundiales -con dos finales incluídas- en los que no se pudo alcanzar el objetivo máximo, incluso con Lionel Messi, el mejor del planeta y para muchos el más grande de todos los tiempos, haciendo de las suyas en los campos de juego.
Y no: por más que intentara, se probaran variantes y se fuera con diferentes cuerpos técnicos, no se daba, la cosa no salía. Por más cábalas y supersticiones que se siguieran, las alegrías eran ajenas. Hasta que llegó Lionel Scaloni, rodeó a Messi con los "guardaespaldas" De Paul y Paredes, le devolvió la confianza a Angelito Di María, descubrió a Dibu Martínez, formó una dupla central de hierro con Otamendi y el Cuty Romero, y ya cerca del mundial tuvo la viveza de sumar y darles protagonismo a Alexis McAllister, a Enzo "El Mundialista" Fernández y a Julián Alvarez.
Salvo aquel tropiezo en el primer partido con Arabia, no hubo manera de frenar a la Argentina. Imposible. ¿Que nunca habíamos jugado contra europeos como dijo Mbappé? En el camino hubo cuatro: Polonia, Países Bajos, Croacia y Francia, nada más y nada menos. Todos sucumbieron frente al poderío argentino y la Copa está de nuevo en nuestro país.
Pasaditas las 11, los jugadores volvieron a su posición de la madrugada en el micro. Algunos a cada uno de los costados, apoyados en cada baranda del vehículo. Al fondo, sentados en una especie de "trono" un poco más alto, los "dueños" del equipo, los más representativos dentro el grupo. Leandro Paredes, Rodrigo De Paul, Lionel Messi, Angel Di María, y Nicolás Otamendi. Los mismos que de madrugada fueron rozados por un cable de electricidad que generó un gran susto y hasta voló una gorrita, la de Paredes.
El micro fue un verdadero carnaval. Los jugadores hasta tiraban espuma a la gente, que deliraba como nunca a los costados del vehículo plotado para la ocasión: se veían las tres estrellas que tenemos ahora, la frase "coronados de gloria" en la parte delantera y la inscripción "campeones del mundo" en la luneta trasera. Había banderas, gorros, bombos, música, baile, saltos, gritos. Lionel Scaloni lloraba y decía una y tra vez "vamos argentina, vamos argentina". Era un hincha más, como Paulo Dybala, que se puso un gorrito de Instituto de Córdoba, el club que lo vio nacer y que acaba de volver a primera división.
A algunos jugadores se los vio "tomando algo" para refrescar un poco la garganta y para hacerle frente a los 27 grados que hacía sobre el mediodía porteño. ¿Qué era? Un "viajero", ese preparado que en general incluye "fernet y bebida cola" y que se sirve en una botella de plástico cortada por la mitad, una moda muy impuesta entre la juventud cada vez que sale.
Descartados el obelisco y la Plaza de Mayo, el nuevo "centro de reunión" fue la 9 de Julio y la Autopista 25 de mayo. Pero la gente tomó por "asalto" los carriles de la auropista y de la zona de Constitución y todo quedó en un estado de colpaso y de desborde total. Eso es Argentina. Eso es ganar un campeonato mundial. Perder la razón total, absoluta y completamente como pasó hoy.