El ventanal del piso 13 parece estar colocado estratégicamente. Desde una perspectiva aérea invita a contemplar dos opciones contrapuestas, que recuerdan a un mítico clásico porteño del fútbol argentino: la cancha de Atlanta y el cementerio de la Chacarita. Bohemios y funebreros, claro.
Afuera hace cinco grados, con viento. Sebastián Presta (44) ofrece un chorro de ron cubano para vigorizar el café y mitigar los efectos de una tarde netamente invernal. Elogia su procedencia (“Traído especialmente de allá”, señala con su dedo índice) y comienza a verterlo detenidamente, aunque con un esfuerzo especial por acertarle al centro de las tazas. Sus ojos siguen enrojecidos, se nota.
“Llegué a sentir como si tuviese escarbadientes clavados”, revela el humorista, quien, más allá de no sufrir alteraciones de alcance, con una simple mirada delata cierta incomodidad en la vista. “Tenía estrabismo, me tuve que operar porque los ojos se me estaban abriendo. Mi psicoanalista me dijo que fue una amenaza interna… un golpe de estrés, para ser claro”, explicó posteriormente el cómico, para más tarde romper con su reconocida chispa tanto contexto solemne: “Los ojos se me estaban abriendo, ¿viste como los tienen los bambis? Bueno, así”.
Reubicándose en lo que fue puramente la intervención, Préstico narró su paso por el quirófano mezclando la precisión técnica de un cirujano y su característico caudal de comicidad: “Te enganchan el músculo, lo cortan y te vuelven a coser… Tenía un miedo terrible, pero me vino bien haberme operado para dejar de ser tan cagón. Hoy te pateo la puerta del quirófano si quiero. En diciembre me operé las cuerdas vocales y ahora voy por mi nariz, que la tengo partida desde mi niñez. Voy a pedir una igual a la de Mariano Martínez. Les puedo llevar una foto si quieren… Igual hay algo que no terminé de entender ¿para qué te desnudan si lo que tienen que operarte es la vista? Te ponen un batita casi transparente que hasta se te ve la cola… es innecesario. Cuando estás dormido los médicos se deben cagar de risa”.
Luego, Sebastián reconoció que tal vez ese brusco sacudón emocional haya sido producto del trabajo. O de la falta de laburo. “Para mí todo empezó cuando nos echaron de Duro de domar, que levantaron el programa, estábamos en El Trece y nos quedamos en la calle”.
Sentirse con el ánimo en alza es para Presta algo elemental en el posoperatorio, por ende, de manera paralela a sus visitas a la foniatra y al oftalmólogo, charla cada tres meses con un chamán: “¿Si viajo al exterior para verlo? No, atiende acá nomás, a unas cuadras de casa. Yo lo llamo `el chamán urbano´, es un fenómeno”.
Otra de las actividades que el cómico eligió para distenderse y combatir el estrés (que tanto problema le ha causado) fue la práctica del boxeo: “Obviamente lo hago de manera recreativa, para aprovechar el entrenamiento. Me encantaría hacer natación, pero fui a cuatro piletas distintas con profesores y todavía no aprendí a respirar en el agua. Es como que meto aire pero no oxígeno. ¿Es raro, no?”.
Desde que quedó desvinculado de Duro de domar, espacio que le permitió ganar un Martín Fierro, Presta creció con su presencia en las redes sociales y en teatro, pero no volvió a instalarse en TV: “La realidad es que no hubo una propuesta que me volviera loco”, confesó, y además recalcó que “un humor sarpado y picante como el mío hoy ya no se podría hacer. Es para quilombo”.
Y aunque su objetivo profesional de máxima es “hacer una película”, la actualidad indica que la obra que protagoniza con Soledad García, Entre ella y yo, en el Paseo La Plaza, es una de las pocas que llevan más de dos años en cartelera, y en el ámbito teatral le está yendo bárbaro: “La gente se ríe mucho. Hoy busca la comedia. ¿Si me gustaría ir al Bailando? Me encantaría que me llamen de El marginal. Con los ojos derechos ahora me animo a todo”.