Llueven sobre su figura una gama extensa de denuncias, relatos que refieren a un comportamiento horrendo, que abarca un abanico amplio de situaciones incómodas, espurias e incorrectas. Antonio Laje continúa en el ojo de la tormenta.
El conductor de América regresó al aire, a pesar de la enorme cantidad de testimonios que aportaron periodistas sobre malos tratos, de violencia psicológica e intento de abuso de poder. Todavía la Justicia no tomó ninguna determinación, ni dictamen, frente a las denuncias elevadas a los tribunales.
Esa sorpresiva revelación de las acciones de Laje provocaron también una grieta en el plano privado, más precisamente en el seno del matrimonio que configura con María Carlota Campo, con quien se casó en la década del 90 y trajo al mundo a dos hijos: Candelaria (23) y Ezequiel (18).
La primera reacción de la escritora, y periodista, constó de una lógica postura de solicitarle a Antonio que abandonara el hogar familiar, producto de la indignación, del dolor, de la angustia que se apoderó de su ser por todo el escándalo.
En las últimas semanas, María modificó su pensamiento, aflojó en cuanto a la tajante decisión de separar su camino del conductor de noticiero y le abrió nuevamente las puertas de la casa. Campo entendió, bajo sus argumentos, que podría reconstruir la pareja.
De ese modo, el comunicador retornó a la dinámica familiar, incluso ambos armaron las valijas y viajaron a las cataratas del Iguazú para vacacionar, en lo que se percibe como un intento de sanar las heridas. A pesar de este cambio de paradigma algo se cuece.
A través de las fuentes cercanas al matrimonio, María procura llevar adelante la historia de amor con Antonio, aunque en la cotidianidad surgen chispazos, hay una tirantez latente en el vínculo con el conductor. Aseguran que los dos la pelean, pero la coyuntura dista de una armonía perfecta.