La popularidad le llegó por la tevé. Gastón Cocchiarale (27) entró al corazón del público por Argentina, tierra de amor y venganza (prime time de El Trece), con su personaje de Lowenstein, un carismático judío. El actor que todos los jueves protagoniza la obra La vera magia, en El Camarín de las Musas, convive desde chico con su pasión por los escenarios.
“A los cuatro años, no tengo muy claro por qué, dije que quería ser actor. No tengo ningún familiar vinculado a la actuación o al arte, salvo un tío que es mago. En la adolescencia entré a este mundo, pero era un pibe con mucha timidez, mucha vergüenza, y me costaba", explica.
"Era justo un momento donde no me quería exponer para nada. Era el típico alumno que cuando tenía que dar una charla o una clase se ponía bordó. Pero había una chica que me gustaba mucho y que me dijo que iba a ir a un taller de teatro, por afuera del horario escolar. Me sumé, pero por dentro me preguntaba qué estaba haciendo, si no podía entablar una charla con alguien", arranca.
"Pero el amor todo lo puede, y fui… Obviamente, la pasé mal porque no disfrutaba de estar en un escenario o de proyectar la voz frente a la gente, pero, de a poquito se fue curtiendo esa energía. Y de repente me encontré con que la chica no estaba más y yo seguía haciendo teatro”, cuenta hoy, extrovertido y con gran sentido del humor.
–¿Te la levantaste?
–No, ja, ja… hubo un momento en que casi, pero no se llegó a concretar. Pero me hizo conocer el teatro, que no es menor, le estoy muy agradecido. ¡Y ahí empezó todo! Lo primero fueron castings de publicidad. Vivía en Ramos Mejía y me venía todos los días a esos castings porque era lo más accesible para un actor que recién arrancaba.
–¿Y qué pasó?
–Papá sostenía que los actores tienen inestabilidad laboral, que muchas veces se cagan de hambre. Y un poco a mí me molesta que todo el tiempo me marquen eso. No dejaba de apoyarme, iba a las muestras, pero había algo de no confiar ciento por ciento en mí. Hasta que una vuelta decidí producir una obra de teatro que escribí un día de mucha angustia y que trataba de que mi papá no me dejaba ser actor. Y le ofrecí hacer de mi papá. Lo que quería era llenar un teatro y que papá, delante de toda esa gente, me dijera que iba a ser actor. En ese momento laburaba de mozo con él, y con esa plata produje la obra. Hicimos la función y fue un éxito: vinieron 600 personas. ¡Recuperé la que invertí y gané! Y fue una muestra para papá. A partir de ahí, el tema de que estudie otra cosa no apareció más en nuestras charlas. Ahora papá es el fan número uno de todo lo que hago. Cuando salgo en el diario, compra cuarenta copias y las reparte por todo el barrio.
–¿Te dijeron que tenés un gran parecido con Darío Barassi?
–Me lo dijeron respecto al tipo de voz y al humor. Nos cruzamos en Pol-ka y nos reíamos porque hablábamos con el mismo tono.
–Todavía sos muy joven, ¿qué tenés de pendex?
–Soy un viejo en el cuerpo de un joven. Me gusta mucho leer teatro, novelas, psicoanálisis, filosofía. Soy fanático de todos los libros de Rolón. Me gusta ver entrevistas a personalidades y el cine. Voy a ver teatro independiente de colegas, obras que me recomiendan y otras que no. También, claro, voy a bares… no es que salgo a baldear la vereda a las diez de la mañana, ja, ja. Los domingos a la mañana voy a un bar a leer el diario. Me gusta estar informado, compartir comidas con mis amigos actores y quedarnos charlando hasta las tres de la madrugada, aunque al otro día grabe a las siete. Soy tranquilo, no voy a reventarla a los boliches, no es un mundo que me llene. También me gusta caminar escuchando música y trotar, los días que tengo un poco más de energía, claro. Y de pendejo tengo la vitalidad, supongo, ja, ja… Hago muchas cosas al mismo tiempo. Por suerte, tengo una novia que es muy compañera en todo.
–Actriz también, ¿no?
–Sí Tami también es actriz y peluquera, dueña de Solo las puntas. Me corta y no me cobra, ja, ja. Igual, como ahora tengo muchos seguidores en redes, me cobra con canje, me pide que le suba cosas. Me encanta ser amo de casa, soy un obsesivo. Pero para pintar una pared, por ejemplo, se da maña mi novia, porque si lo hago yo me sale como el culo. Nos dividimos mucho las tareas, a mí me encanta ir al supermercado. Llevamos cinco años juntos… y la convivencia está más que bien.