Mar del Plata. Villa Gesell. Necochea. San Clemente. Las Toninas. Santa Teresita. Costa del Este. Pinamar. Monte Hermoso. Claromecó. Mar de Ajo. Aguas Verdes. Las Grutas. Puerto Pirámides. Puerto Madryn. Playa Unión. Rada Tilly. Millones y millones de personas, a lo largo de los años, disfrutaron sus veranos en algunas de todas las playas que están desparramadas en los 4.700 kilómetros de extensión que tiene el Mar Argentino desde la desembocadura del Río de La Plata hasta las Islas Malvinas.
Es probable que pocas, sin embargo, sepan que a metros de donde se dan chapuzones, se refrescan del calor, juegan con las olas, toman sol, se enfrentan en ardorosas partidas de tejo o de vóley, comen un churro, ven crecer a los hijos, sueñan con tiempos mejores y se ilusionan con afincarse allí para encontrar tranquilidad se esconden tres enemigos que son un verdadero riesgo para esa enorme masa de agua que además conecta directamente con la vida costera y el patrimonio argentino: la pesca indiscriminada, la exploración sísmica de la industria petrolera y los plásticos que se arrojan al agua.
La organización Greenpeace, pionera y líder en protección ambiental, avisa que el efecto de estas tres amenazas es tan contundente y demoledor que “están llevando al mar al borde del colapso”. Sus acciones son un hito ineludible e insoslayable en la conservación de las especies y los ecosistemas, pero no es suficiente si las autoridades no ponen el acento en un tema que tarde o temprano afectará al nivel de vida de las personas.
De acuerdo a los informes que publica la organización ambientalista, las potencias pesqueras llegan al Mar Argentino -rico en especies como pocos en el planeta- y no son controladas. Cada año, más de buques de gran porte se “estacionan” en altamar para arrasar indiscriminadamente con la vida marítima de la región. Sus objetivos principales son la merluza negra y el calamar, especies preciadas en los grandes mercados pesqueros, pero en el camino sufren toda la flora y a fauna existentes.
Aprovechando el vacío legal a límite de la zona económica exclusiva, los buques pesqueros incurren en actividades irregulares e incluso ilegales como apagar sus sistemas satelitales, pescar ilegalmente en aguas argentinas y hasta incurren en violaciones a los derechos humanos. Esta problemática no sólo afecta a la Argentina. En el mundo, el 90% de los stocks pesqueros están sobreexplotados por este tipo de actividad.
Entre las técnicas de pesca más perjudiciales, según Greenpeace, se consigna la pesca de arrastre ya que funciona como una topadora que arrasa con todo lo que se ponga en su camino en el fondo marino.
Pero no sólo las pesqueras son responsables del peligro que corren las icónicas especies de nuestra región, como la ballena franco austral, ya que la industria petrolera, hoy instalada en el Mar Argentino, en búsqueda de petróleo expone al ecosistema a bombardeos acústicos tan potentes como el despegue de un cohete espacial. El impacto supera los 300.000 kilómetros cuadrados, una superficie que equivale a la Provincia de Buenos Aires. Se lo considera el segundo contaminante del mar provocado por la mano del hombre, apenas superado por las explosiones nucleares efectuadas en pruebas militares.
Los efectos padecidos por los ecosistemas marinos ante la actividad petrolera afectan a las costas y, consecuentemente, a las ciudades conectadas al mar, como Mar del Plata por ejemplo. Su economía depende fuertemente del turismo y la pesca, y ambas actividades están íntimamente ligadas a la calidad de las aguas, las playas y paisajes costeros.
Al mismo tiempo, la exploración sísmica de la industria petrolera es otro factor de peligro. Se realizan “bombardeos acústicos” en el mar con cañones de aire tan potentes que hacen el mismo efecto del despegue de un cohete espacial. El impacto supera los 300 mil kilómetros cuadrados, una superficie que equivale a la de la provincia de Buenos Aires. Se lo considera el segundo contaminante del mar provocado por la mano del hombre, apenas superado por las explosiones nucleares efectuadas en pruebas militares. Ambas sufrirían los impactos negativos de los hidrocarburos.
Los ruidos multiplican por tres los necesarios para romper el tímpano humano, y en los cetáceos provocan muertes por ahogamiento, lesiones masivas, varamientos en la costa, disminución en el avistamiento de las especiales y ausencia de grupos de cópula y de madres con crías. Aterrador.
Aunque todos los datos marcan una situación de desastre, a finales de 2019 se firmó un acuerdo que otorgó a la industria petrolera más de 1 millón de metros cuadrados de superficie marina para bombardear la plataforma continental hasta el 2025.
Pero como si con los busques pesqueros y la industria petrolera no fueran suficientes, un tercer rival de la naturaleza se erige como un fantasma difícil de derrotar sin conciencia de la gente: los plásticos. Argentina es uno de los países que más basura arroja al océano: se tiran unas 12 millones de botellas de plástico por día y sólo se recicla un 30 por ciento. A nivel global, cada segundo más de 200 kilos de basura van a parar a los océanos del mundo. Esos deshechos matan un millón de pájaros y unos 100.000 mamíferos marinos al año.
En caso de seguir a este ritmo de producción de plásticos, se espera que el 99 por ciento de las aves marinas hayan ingerido algún plástico para el año 2050. Las Naciones Unidas estiman que el 67 por ciento de la contaminación plástica de los ambientes marinos proviene de 20 ríos, principalmente de Asia.
Los efectos han comenzado a traducirse en sequías que afectan a buena parte del planeta. La demanda del recurso hídrico crece todos los años, al igual que la contaminación de los cursos de agua, lo que se ha transformado en un combo prácticamente mortal. En la Argentina, por ejemplo, los ríos de provincias como San Juan bajaron drásticamente sus caudales ya que los glaciares tienen menos hielo y cada vez nieva menos, a causa del cambio climático. En la vecina Mendoza se observa una reducción en los períodos de lluvia, lo que genera impactos sociales y económicos.
Por último, Greenpeace alienta a que la catástrofe natural sea abordada, también, desde una perspectiva de género. Según sus conclusiones, los daños al medio ambiente impactan sobre todo a las mujeres, incrementando las violencias que viven, ya que representan el 51% de la población mundial pero sólo les pertenece el 1 por ciento de la tierra. En 8 de cada 10 hogares que carecen de agua son las mujeres las que deben recogerla: en los países en vías de desarrollo, mujeres y niñas caminan un promedio de 6 kilómetros al día transportando 20 litros de agua.