Sonriente, amable, empática y talentosa. Justina Bustos regresó con fuerza a la palestra del mundo artístico con su intervención en la segunda temporada de ATAV, en la que encarna a una vedette típica de la década del 80. Esa visibilidad la impulsó a ser indagada por algunas características de su vida, como ese constante movimiento entre diversos países.
La cordobesa se destaca por su espíritu libre, esa pulsión por descubrir otras culturas, por mandarse a retos fantásticos como mudarse a otras latitudes por extensos períodos, no solo para disfrutar de retos en lo profesional, sino para adentrarse en otras realidades.
El llamado de PolKa la motivó a dejar su permanencia en París y volar a Buenos Aires. En una entrevista con Infobae, Justina confesó que más allá de todas las aristas positivas de residir en diversos países, algo la mantiene vinculada al su lugar de origen: “Tampoco dejo de estar conectada con Argentina, es mi tierra firme”.
En ese raid de ahondar en las particularidades de su elección personal, Bustos remarcó una problemática con la que se choca para emplazar un lugar fijo en suelo argentino: “Vamos a empezar a hablar de un tema del que se podría estar hablando, que es el alquiler en Buenos Aires”.
Así remarcó la dificultad en lo económico por los valores estrafalarios de las propiedades, sobre todo en barrios muy requeridos. “¡Está tan caro! Y los precios están en dólares. Estoy en esa que digo ¿Qué hago? Porque está muy difícil, me encantaría tener un departamento acá, pero está difícil”.
Ese raid de movimiento constante en los últimos dos años, que incluso le generó una experiencia traumática en una isla africana cuando contrajo coronavirus, Justina se traslada como una nómade. Así lo explicó: “La gente piensa que viajas en avión todo el tiempo, pero no, yo iba con mis valijas en tren, dejaba una abajo para subir la primera, y luego volvía a buscar la otra, subiendo y bajando los escalones, levantando y cargándolas”.
Incluso eso le trajo aparejado algunos problemas de cervicales, para lo cual le encontró una solución. “Empecé a trabajar en la postura, a ponerme más blanda, estaba muy dura”, contó. Respecto a su futuro inmediato, Bustos confesó: “Estoy viendo qué hacer, si me quedo o vuelvo a viajar, analizando un montón de cosas”.
Por otra parte, la blonda halló en su crianza en Unquillo la piedra basal de su capacidad de viajar, de estar en constante movimiento, porque debía caminar cincuenta cuadras todos los días para llegar a su hogar, ubicado entre sierras, al regreso de su jornada de colegio. "Le perdí miedo a las distancias", razonó.