La Copa del mundo ya está en casa. Desde Qatar, con escala en Roma, la trajeron los campeones, los nuevos héroes del fútbol argentino. Todos, el trofeo, los futbolistas, el cuerpo técnico y los dirigentes que completaron la delegación aterrizaron en Ezeiza pasadas las 2 y media de la madrugada.
De allí fueron en micro hasta el predio de la AFA, pero en medio de la inmensa felicidad hubo un momento de tensión: un cable de electricidad le arrancó la gorra a Leandro Paredes y casi lastima a otros jugadores, entre ellos Lionel Messi y Angel Di María.
Sucedió en el comienzo del recorrido de la gloria máxima. Una multitud deliraba a los costados del vehículo descapotable haciendo flamear banderas y revoleando remeras y todo lo que tenía a mano. Era una verdedera muchedumbre, un interminable ramillete humano que avanzaba sin cesar y fervorosamente buscando el contacto con sus ídolos. Quizás, el pueblo feliz en su máxima expresión.
Los jugadores habían subido al micro, que no tenía asientos. La parte superior era una especia de explanada con barandas donde todos se ubicaban para ver de cerca esos rostros alegres y sobre todo agradecidos.
Muchas veces, pero sobre todo en estos tiempos de crisis profundas y misihaduras angustiantes, el fútbol actúa como una válvula de escape a tantos pesares. Y la consagración como los mejores del planeta después de 36 años abrió la canilla del desahogo más grande que se haya visto en la historia.
Pero claro, ir a uno de los dos costados significaba perderse a la otra mitad de la hinchada, tener una visión reducida de ese gentío que se agolpaba a las dos márgenes del camino. Entonces, un grupo de jugadores optó por sentarse en el fondo sobre una especie de "techito" o "escalón" que estaba más alto que las barandas y que permitía mirar tanto a la izquierda como a la derecha de la "autopista", a esa altura borrada del mapa por la marea humana.
Allí, como en un trono real, estaban Leandro Paredes, Rodrigo de Paul, Lionel Messi y Angel Di María, para muchos la plana mayor y los "más amigos" dentro del equipo nacional, quizás con el Papu Gómez como otro aliado de fierro.
Desde allí miraban para todos lados y saludaban, casi siempre con la Copa que ganaron en la mano. Cantaban, sonreían, aplaudían, saludaban, gritaban. No se pellizacaban para preguntarse si era cierto, pero podrían haberlo hecho.
En un momento, el micro hizo un suave giro. Una leve curva que lo llevó a pasar por unos cables de electricidad. Menos mal que el micro iba bien despacito, porque los jugadores se encontraron de golpe con ese cableado grueso de alta tensión y con un movimiento rápido de sus cabezas lo pudieron evitar, más allá del roce y del susto que se pegaron.
Por suerte no pasó nada, pero de la cabeza de Paredes voló la gorrita que tenía puesta. Cuidado. Gracias a Dios no pasó nada, per pudo ser bravo.
