El título de la obra que protagoniza no es casualidad. Mauricio Dayub (59) hilvanó conocimientos con su historia personal. El equilibrista, la obra que lidera la taquilla en el Teatro Bristol, en Mar del Plata, tiene su pluma y su pasión. Pasión que, a lo largo de su recorrido, al también productor y director lo llevó a romper con lo preestablecido y hoy le significa un presente exitoso en lo profesional junto con su esposa y su hijo, de siete años.
“En los últimos años, todos los espectáculos que hice los escribí, actué y produje. Pero era difícil pensar que íbamos a tener un verano distinto al que pasamos el año anterior. Soy bastante reflexivo en general y fui de a poco. Primero pensé en venir sólo una vez por semana y quedarme el resto en Buenos Aires, donde la obra funcionaba. La obra estuvo a sala llena desde el comienzo y no quería cortar eso. Y fue Carlos Rottemberg el que me convenció de que hiciera toda la temporada. Incluso, cuando me lo planteó todavía tenía el compromiso verbal de la vuelta de Toc Toc… Pero en octubre me la jugué porque me gustó la idea de venir a estar en cartelera acá. Era un riesgo, porque los últimos espectáculos que funcionaron en esta ciudad no tenían las características del mío. Pero ahora, quizá, es un éxito porque, justamente, es diferente, no compite con otros”, afirma.
–Hacés un espectáculo donde si fallás vos falla todo.
–Sí, ja, ja… Tengo un equipo grande acá, pero es así. Soy consciente todo el tiempo de que tengo que estar a la altura de lo que me está pasando. Me tengo que cuidar, en orden de prioridades, la voz y el cuerpo. No me como un kilo de helado, no me acuesto tarde, no puedo dejar de estirar los músculos, ir al masajista todas las semanas…
–¿Sos de cuidarte la estética?
–Mis cuidados tienen más que ver con la salud. Siempre fui bastante metódico con las comidas. No tengo demasiado gusto por los postres ni los fritos… me acostumbré de pobre, de vivir con poco en los comienzos. A lo largo de los años me acompañó el arroz blanco que estaba cuando no había un mango y también está ahora, por gusto. ¡Soy moderado en todo!
–¿Esa conducta la traés de chico?
–Un día descubrí que era muy educadito porque me acostumbraba a hacer, con mucha facilidad, todo lo que no me gustaba. Es un mérito relativo si uno, en un momento de su vida, decide no perder el equilibrio y ser como quiere. En la adolescencia - adultez me di cuenta de que era así para para los demás, pero yo no vivía como quería, y tuve que cambiar para seguir a mi corazón. Y, justo, el título de esta obra tiene mucho que ver con esa etapa. Cuando tenés dieciocho o veinte años y decidís hacer algo que no es lo que está previsto o que no es un mandato familiar, los demás se asustan. Hoy, tal vez, los padres lo ven con menos temor porque hay teatros y escuelas por todos lados.
–¿Hoy los actores tienen más posibilidades?
–Yo creo que es un poco más difícil que antes. Al ver tantos que quieren ser y tantas posibilidades a través del mundo tecnológico, el objetivo a perseguir está menos enfocado que cuando yo empecé. Ahora cualquier actor admira a artistas que trabajan en series de cualquier parte del mundo. Hoy es más fácil cumplir el sueño de otro que cumplir el propio. Yo no creía que nadie me iba a llamar. Tuve que sorprender a la vida porque la vida no lo iba a hacer conmigo. Por estas épocas es todo más veloz, efímero, y eso hace, insisto, que la búsqueda del objetivo se difumine, la veo más difícil.
–Tu exposición fue creciendo a medida que tu profesión avanzaba. ¿Cómo te llevás con el mundo de las redes?
–Siempre hice todo lo posible para que nadie me conozca, está en mi personalidad. Creo, desde chico, que las cosas que me importan mucho no hay que contarlas para que no se las lleve el viento. La profesión del actor tiene más que ver con el observar que con ser observado. Si me están mirando a mí, no puedo pescar las formas para llevarlas al teatro, y desde el anonimato lo puedo hacer mucho mejor. Además, nací en una ciudad chica donde todos me conocían, era famoso. Fuera a donde fuera escuchaba: “Es uno de los Dayub”. Y cuando empecé a buscar mi camino, preferí que no me conociera nadie porque así podía ser como quería. Sabía que si yo no me ocupaba de descubrir cómo era yo, nadie lo iba a hacer.
–Que no es poca cosa…
–Creo que es una de las tareas más importantes que tenemos las personas. No siendo un chico talentoso, buscado, uno tiene que buscarse a sí mismo. El talento se construye.
–¿Por qué tu abuela es uno de los condimentos más importantes de la historia que contás sobre el escenario?
–Porque el espectáculo no tenía personaje femenino. En el derrotero de mi juntada con los actores, los personajes definidos eran todos masculinos. Y por el estilo de la obra no quería actuar de mujer. Conté la historia de vida de mi abuela, dos autores quedaron emocionados y coincidimos en que debía entrar. Y eso definió que la historia fuera familiar, recorriera mi vida. Por suerte, el rol de la mujer cambió mucho en los últimos años.
–¿Tu familia siempre te acompaña?
–Sí, se la sigue bancando. Hay una vocación muy clara en mí que no se puede eludir, y mi mujer tiene parte de las decisiones de lo que hago. Es la primera que ve los ensayos cuando se están pergeñando los proyectos. Y mi hijo, que tiene siete años, tiene sus primeras veces viéndome como espectador y va descubriendo qué quiere decir que su papá se “va a hacer la función”.
–¿Te pregunta sobre tu trabajo? ¿Le vas a dar un hermanito?
–Me pregunta cómo hago determinadas cosas, como el equilibrio sobre una cinta o tocar un acordeón. Recuerdo acompañar a mi papá, que era viajante, a los depósitos donde estaba la mercadería para enterarme de qué se trataba lo que hacía, una parte también linda de la vida, el compartir eso. Está decidido que sea único hijo. Lo lleva muy bien, no hubo exigencias, así que estamos muy bien los tres.