Imponente. Con luz propia, esa que supo crear con sus talentos, su perseverancia y sus convicciones. Pampita no necesita presentación y todo el mundo conoce de su magnitud, su injerencia en el universo del espacio público y la industria del espectáculo.
Claro que todo dispone de un arranque, de un eslabón primario. Lejos de las beldades de su presente, Carolina Ardohain inició su sendero en plena adolescencia, con ese ímpetu de abandonar su La Pampa natal para forjar su futuro en la city porteña.
Apenas culminado el secundario, la morocha armó sus valijas, juntó unos pequeños ahorros y se mandó a Buenos Aires, sin padrinos, sin una oferta de trabajo siquiera. En esas calles de cemento, Pampita buscó todo tipo de oportunidades y transitó algunas penurias económicas.
Así, en la visita a Noche al Dente, el ciclo de América que conduce Fernando Dente, Carolina recordó esos momentos de dificultades, en los que incluso reconoció que se las ingeniaba sobremanera para alimentar su estómago con comidas sencillas y escuetas.
Sobre las características de esa etapa, Ardohain narró: “Yo me vine a Buenos Aires con 17 años y 500 pesos. Vivía con una amiga en un mono ambiente en un sillón que se hacía cama. A veces si no había plata comíamos galletitas de agua con sopa”.
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Impresionante, sobre todo porque la imagen del inconsciente colectivo no se cuadra con ese tipo de situaciones. Así, Pampita ahondó en ese periodo y agregó: “Salí por el barrio a tirar currículums pero como nunca había trabajado en mi vida, no sé qué inventé. Así que conseguí trabajo como cajera en un outlet de ropa en Martínez, y en el horario de almuerzo como no tenía un mango me iba a una estación de tren a leer un libro”.
