Nunca apareció en la tele. Jamás dio una nota. No se le conoce la voz. Públicamente, claro. Apenas se la ve en un puñado de fotos, pero nada más. Es el personaje más enigmático del rompecabezas familiar de los Fort, la persona que mejor conoce los secretos del clan que maneja uno de los emporios empresariales más grandes de la Argentina. De ellos se conoce (casi) todo. De ella, (casi) nada.
Se trata de Marisa, la persona que eligió Ricardo Fort para que cuidara a sus hijos desde que eran dos bebotes. Aquí es necesario rebobinar un poco: en un momento de su vida, el comandante sintió la necesidad de ser padre. Gustavo lo acompañó fervorosa y cariñosamente en ese deseo, que concretó a través de una subrogación de vientre en los Estados Unidos.
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Una vez que nacieron Felipe y Martita, Ricardo y Gustavo coincidieron en la idea de que los niños, con la vida "alocada" que llevaba "el comandante", necesitaban de una "niñera" o prácticamente "madre postiza" que velara por ellos dos.

Con sus posibilidades económicas no tuvieron inconveniente para elegir a la persona que preferían en su casa. Y así la incorporaron a su vida familiar prácticamente "venticuatro por siete", como se dice ahora a lo que antes se llama "trabajo a tiempo completo". Como si llamarlo de esa manera sofisticada aliviara un poco semejante tarea.
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De esa forma, Marisa se transformó en una persona clave en la vida intrafamiliar. Acompañó a los chicos a todos lados. Incluso cuando Martita tuvo que ser tratada en China con celulas madre para salvar un problema de salud que la aquejaba. Es decir, no sólo estaba en las buenas, en esos viajes por Miami u otros destinos del mundo a los que iban a pesear y a gastar cifras siderales de dinero.
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La noticia del suicidio de Gustavo Martínez la encontró lejos de Buenos Aires. Se estaba preparando para festejar los 18 años de Felipe y Marta, sus dos "cachorritos". Se imaginaba en una fiesta, bailando, sonriendo y celebrando. Ahora sus días se le llenaron de lágrimas y de tristezas. Así es la vida.
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