Ya atravesaron el mes del claustro, de ese encierro voluntario para desconectarse de manera absoluta de la vida y de la realidad. Gran Hermano avanza en su enésima edición, con dificultades en las mediciones de rating, a raíz de una merma muy profunda respecto a la anterior temporada.
En ese contexto, los participantes que permanecen entre esas paredes, y con la vigilancia incesante de centenares de cámaras, se toparon con una novedad en esta semana, una carta que sacó la producción para mover el avispero y tratar de conseguir mejores números.
Resulta que el ciclo acudió a un elemento repetitivo, que provocó movimientos en el pasado, y lo sacó a la cancha: el teléfono rojo. Ese artefacto en desuso en la sociedad, que ya no pulula en todos los hogares, puede deparar una gama amplia de sorpresas.
En ese abanico de posibilidades, tanto positivas como negativas para el valiente que atienda el llamado, cayó Santiago Algorta, que se chocó con un dilema muy espinoso, por la maldad de la producción que lo hundió entre dos caminos igualmente incómodos.
SANTIAGO ATENDIÓ EL TELÉFONO ROJO Y SE LLEVÓ LA PEOR DE LAS SORPRESAS
Santiago del Moro explicó con mucho detalle la prenda que debería cumplir: “Cuando suene el teléfono, la persona que atienda va a tener la opción de fulminar a dos jugadores o de ir con parte de la casa a disfrutar un banquete por 10 minutos”.
Ya en diálogo con Algorta, el conductor del ciclo le especificó las condiciones: “El banquete no es para todos, es para siete, la mitad de la casa. La otra mitad lo va a mirar desde el living, cómo toman y cómo devoran”. Y tras meditar, el participante confirmó su determinación: “Voy a elegir lo de la placa y quiero pensar a quién”.