Los sueños jamás prescriben. No existen, digamos, plazos que los condicionen. Ni fechas de vencimiento que conspiren contra su realización. Pasaron más de 120 años. En aquella época, apenas unos locos idealistas podrían haberse sentido en condiciones de aventurarse a semejante logro. Para tener una dimensión real del propósito que se habían trazado y conocer más sobre esta proeza que pusieron por delante, será indispensable situarse. Tener en cuenta que en 1894 casi todo era distinto. Coyunturalmente, está claro, la actualidad no guarda prácticamente ninguna relación con esos tiempos donde todo costaba el doble. Los recursos eran otros. Acotados. Ni siquiera la expectativa de vida podía estimarse. La posibilidad de morir a mitad de camino promovía un perceptible temor a poner en marcha un proyecto. El terreno sanitario carecía de las herramientas elementales que suelen utilizarse para salvar una vida, y la tasa de mortalidad amenazaba con elevarse ante la aparición de cualquier brote infeccioso. Demográficamente, el país mostraba una radiografía diferente.
Hoy no cabe un alfiler en ciertas zonas de la ciudad de Buenos Aires. Nada que ver con ese paisaje semi poblado, con tonadas de inmigrantes que lo musicalizaban mientras ellos, italianos y españoles básicamente, ponían el cuerpo de sol a sol para darle forma al estilo de vida que los tentó a subirse a los barcos sus antecesores usaron para escapar de la guerra. Los cálculos no dejaban margen para otras metas que no fueran subsistir y contentarse al ver el pan sobre la mesa cada mañana. Socialmente predominaba un pragmatismo casi inviolable. Transgredir una barrera cultural podía ser pasible de cuestionamientos muy severos y hasta de una condena vecinal, con miradas de reojo o puertas que cierran para evitar cercanías. Los bolsillos tampoco ayudaban para proponerse ir por más. La Argentina, más allá de continuar siendo vista con buenos ojos como destino para huir de las confrontaciones armadas que arreciaban mundialmente, transitaba una de las instancias más difíciles en su economía.
De hecho, los historiadores, al establecer un antecedente crítico de las finanzas nacionales, cada por tres mencionan los efectos del denominado “Pánico de 1890”. Se trató de una debacle monetaria muy pronunciada, que puso en jaque las arcas del país durante la presidencia de Miguel Juárez Celman. Los motivos que desencadenaron este panorama tan desalentador para la población tuvieron que ver con la determinación de Julio Argentino Roca de tomar créditos a tasas poco convenientes, en su afán de poder construir los ferrocarriles, no exclusivamente los trenes, sino también todo el sistema de vías y señalizaciones. La intención de Roca apuntó a preservar el funcionamiento de las economías regionales y en agilizar sus envíos de frutos a través de los traslados de cargas. Simultáneamente asignó parte de ese dinero a la optimización del puerto de Buenos Aires y a su modernización, lo cual generó un crecimiento sostenido del superávit nacional, teniendo en cuenta el modelo netamente agroexportador de la Argentina.
Sin embargo, al asumir Juárez Celman, comenzó a advertirse desde el primer día la falta de rumbo en el modelo y esa carencia de previsibilidad atentó contra la cadena de consumo, ocasionando especulación comercial y morosidad en los compromisos asumidos. La desconfianza mundial por los incumplimientos a los organismos crediticios internacionales rápidamente se reflejó en el día a día de la población y los coletazos demoraron varios años en desaparecer. Este contexto promovió un marco de desaliento generalizado y que surgieran “cuatro o cinco” ilusos con un sueño sobre sus hombros, asombró y mucho, por más que en cierto momento se los haya tildado de “dementes”. La simple convicción de pretender rebelarse al sistema trazándose metas ambiciosas, que salieran del libreto de la sumisión sembrada por el desánimo ya invitaba a presentir que se estaba en presencia de un grupo de audaces. Como cantaría el Indio Solari en Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota: más bien eran “unos pocos peligrosos sensatos”. Independientemente de las privaciones motorizadas por una cuestión global, el espíritu de la comunicación a través de las imágenes actuó como disparador para contar historias. Los obstáculos que acostumbraban poner palos en la rueda para los que divagaban en la almohada empezaron a verse superados por el firme deseo de romper el molde y promover un salto en la calidad en materia audiovisual. Así, pese a las dificultades, se dio el puntapié inicial para lo que hoy conocemos como El Cine Argentino.
Ni una palabra. Posiblemente los archivos conserven aún semejantes tesoros. En tiempo caracterizados por un avance incesante de la tecnología, una película del denominado “cine mudo” se asemejaría, definitivamente, a una verdadera reliquia. Una antigüedad con perfume a joyas, dado que podría representar, sin ninguna duda, un material de estudio irrefutable de la historia de la comunicación y de la cultura. Una exhibición cinematográfica desarrollada el 18 de julio de 1896 fue declarada como el nacimiento del Cine Argentino. En rigor de verdad, la germinación se dio dos años antes, en 1894, cuando llegó al país el primer kinetoscopio (dispositivo similar a un proyector) y dio lugar a las primeras proyecciones públicas. En 1897 la posibilidad de ir ampliando el espectro de los sueños se incrementó a raíz de la importación de las primeras cámaras francesas. Precisamente, un francés residente en Argentina llamado Eugene Py lanzó un corto titulado La Bandera Argentina, convirtiéndose así en el primer realizador y camarógrafo del país. Poco después el doctor Alejandro Posadas le dio inicio al denominado “Cine quirúrgico”, filmando sus propias operaciones.
El desarrolló del cine, mudo hasta ese entonces, fue evolucionando de manera ininterrumpida y más de uno lo empezó a mirar con ojos comerciales. Por algo en 1900 ya fueron instaladas las primeras salas específicamente destinadas al cine mudo, que en definitiva constituyó el punto de partida hacia una historia riquísima en premiaciones por la calidad y los argumentos de las películas argentinas. Y obviamente, esto fue añadiendo eslabones para darle forma a una cadena laboral con decenas de puestos de trabajo que, si bien no eran remunerados de gran manera, por lo menos permitían a los interesados sumar nuevos ingresos a sus arcas familiares. Con el correr del agua bajo el puente esta tendencia se fue consolidando y el Cine Argentino, que en 1907 sumó voz a sus rodajes como pruebas piloto, se fue transformando paulatinamente en una fuente inagotable de empleo. Lo dicho, el desembarco del cine hablado se produjo oficialmente con la presentación de La Revolución de Mayo, película que, en algo sumamente novedoso y atractivo, se conformó con un elenco integrado en su mayor porción por actores profesionales. Se trató de una ficción, ya que el primer largometraje fue Amalia, en 1914.
El gran éxito llegó un año más tarde, en 1915, con Nobleza Gaucha, que aparte de haber terminado de asentar al cine como la atracción del momento premió a los empresarios (escasos) que comenzaban a invertir su dinero en el rubro: su precio de costo fue de 25.000 pesos argentinos y se recaudaron aproximadamente veinte veces más en seis meses. De todos modos, la verdadera industria del cine sonoro surgió en 1933, casi al mismo tiempo en que nació Argentina Sono Film, con Tango, dirigida por Luis Moglia Barth. En dicho film, debutaron actores y actrices que con el paso del tiempo se transformarían en emblemas del cine argentino, como, por ejemplo, Libertad Lamarque, Tita Merello y Luis Sandrini. Lumiton estrena una semana después Los Tres Berretines, dirigida por Enrique Susini junto al propio Sandrini (también protagonista). Los tres temas abordados son el tanto, el fútbol y el cine encuadrados en un ambiente familiar, protagonizada además por Luis Arata y Aníbal Troilo. Pronto, estas y otras empresas llegaron a producir en estudios propios unos treinta filmes anuales que exportaban a toda Latinoamérica. En especial, los melodramas de Libertad Lamarque, las cómicas de Sandrini y, más tarde, las de Niní Marshall. La proliferación de la industria del cine y la ampliación de las fuentes de trabajo atrajo a diversos particulares acaudalados con deseos de invertir su dinero, con ilusiones de multiplicarlo a futuro.
Eso posibilitó que se ganara en tecnología y que los recursos fueran mayores. Los primeros frutos de este desarrollo llegaron en 1938, cuando fueron puestas en funcionamiento las primeras galerías de filmación, aunque, para ser claros, todavía con equipamiento precario. El realizador más encumbrado era el prolífico Moglia Barth y el más prometedor, Manuel Romero. Este último, creador de películas como La Muchachada de a Bordo, La muchacha del circo, Fuera de la ley (drama policial prohibido en Nueva York) y La vida es un tango. Mario Soffici fue el autor de Prisioneros de la tierra -de acuerdo a las encuestas, el mejor filme del cine argentino- y otros rodajes que reflejaron dramas sociales y comedias. Leopoldo Torres Ríos, poeta suburbano, se sumó al furor del cine y filmó La Vuelta al nido, Pelota de Trapo y Aquello que amamos. Otros, como Luis César Amadori, hicieron Dios se lo pague y Almafuerte. Para las comedias burguesas también había lugar: el más destacado en este rubro era Francisco Mugica, quien en su haber profesional cuenta con producciones como Así es la vida y Los Martes, orquídeas.
La bisagra. Sin lugar a dudas, Mugica no imaginó que además de lanzar a la pantalla grande una película que batiría récords para la época, también quedaría en la historia por atreverse a sumar a su elenco a una jovencita de apenas 14 años. Pero no como extra ni con papeles secundarios, sino otorgándole directamente el rol protagónico del film. Esa chica que el productor y director eligió para incorporarla como figura central debutó con grandes elogios y desde entonces, al día de hoy, jamás detuvo el crecimiento en su carrera. Hablamos, por supuesto, de Mirtha Legrand. De la Chiqui, esa mujer que afrontó el desafío con el profesionalismo y la responsabilidad que históricamente la ha diferenciado del resto mayoritario de las colegas de su generación, y que fueron sus principales argumentos para cimentar una trayectoria extensísima. Para desarrollar cronológicamente cada segmente de su recorrido por el cine, será necesario remontarse al año 1930 cuando, ya instalada en la ciudad de Buenos Aires junto a su familia (nació en el pequeño pueblo de Villa Cañás, en la provincia de Santa Fe), fue elegida como “Reina del corso de la Avenida de Mayo”, el de más convocatoria de todos los que se desarrollaban en la capital porteña. Su belleza genuina y el carisma que demostraba motivaron a Luis César Amadori a convocarla para trabajar como extra junto a su hermana Silvia bajo el seudónimo de Rosita Luque en Hay que educar a Niní y Novios para las muchachas.
Esas dos participaciones le bastaron a Mirtha para que varios jerarcas del cine argentino pusieran sus ojos en ella y así conseguir su primera labor como protagonista en Los martes, orquídeas. Así, tempraneramente, la sorprendió el estrellato. Sí, porque con la confianza otorgada para ser la figura central de la película, Mirtha logró desplegar su máximo potencial, creyendo en sí misma y volcando en las filmaciones todo lo que aprendió desde que sus padres la inscribieron en las academias porteñas. Su imagen empezó a cobrar una mayor repercusión en los medios, y los especialistas ya veían en ella a una celebridad en potencia, razón por la cual paulatinamente le iban llegando posibilidades de firmar muy buenos contratos. Su imagen fue la cara visible de películas como Adolescencia, El retrato y La pequeña señora de Pérez, que la catapultaron en la cresta de la ola y la llevaron a ser distinguida con el premio a la Mejor Actriz según la Academia de las Artes y Ciencias de la Cinematografía Argentina (AACCA). Potenciada también por la aparición de una fuerte camada de colegas y con la evolución incesante de las producciones nacionales a los ojos del mundo, Mirtha fue, tal vez, la pieza más importante de la denominada Epoca de Oro del cine argentino. En pleno ascenso personal, el destino puso en su camino a quien sería su gran guía profesional y también el padre de sus hijos: Daniel Tinayre. Tal vez en ese momento uno de los directores más prestigiosos. Nacido en Francia el 14 de septiembre de 1910, Tinayre dirigió 23 filmes entre 1934 y 1974.
Entre los más destacados se encuentra el thriller A sangre fría, con Amelia Bence y Tito Alonso. También fue un talentoso guionista y productor de manera simultánea, aportando su cuota visionaria y perfeccionando el formato del cine argentino. Sus más recordadas producciones fueron En la ardiente oscuridad, La patota, Bajo un mismo rostro y La Mary, ésta última la polémica película protagonizada por Susana Giménez y Carlos Monzón. Su vocación y capacidad lo condujeron a ser uno de los fundadores de la asociación de Directores Argentinos Cinematográficos. Los conocimientos de Tinayre no se circunscribieron exclusivamente al mundo de la pantalla grande, ya que también se lució en el ámbito teatral con obras como El proceso de Mary Dugan, que se ofreció en el Lola Membrives con un elenco de figuras como Malvina Pastorino, Enrique Fava, Olinda Bozán, Diana Maggi, Duilio Marzio, Mecha Ortiz, Francisco Petrone, Homero Cárpena, Floren Delbene, Nora Massi, Nathán Pinzón, Rey Charol y Gloria Ugarte. Fue precisamente Tinayre quien le dio una mayor continuidad a Mirtha, tras conocerse y generar una cercanía, en el género dramático del cine. A tal punto que obtuvo excelente críticas y repercusiones con La vendedora de fantasías y La de los ojos color del tiempo, aunque su papel en En la ardiente oscuridad terminó de consagrarla haciéndose acreedora del premio a la Mejor Actriz del año 1959. La vendedora de fantasías fue una comedia de 1951 que narró la historia de una empleada de tienda y su novio detective que se ven implicados en el robo de un collar y en un asesinato.
Los dos aspectos que más le elogiaron al filme fueron su montaje y su fotografía. Si bien ante la mirada del público fue un verdadero suceso para la época, puertas adentro quedarían también grabadas las discusiones por temas laborales entre Mirtha y su marido, quien, ya se comentaba por entonces, era muy exigente y severo con los actores. La de los ojos color del tiempo se estrenó el 21 de agosto de 1952 y Mirtha compartió elenco con Carlos Thompson, Zoe Ducós y Ricardo Galeche. El argumento habló de una joven que es contratada como dama de compañía por una mujer adinerada que vive en un castillo, el cual encierra dentro de sus muros una historia siniestra. En tanto que La ardiente oscuridad, Legrand estuvo acompañada por Lautaro Murúa, Duilio Marzo, Luisa Vehil, Elida Gay Palmer, María Vaner, Leonardo Favio, Ignacio Quirós, Nora Massi, Osvaldo Terranova, Omar Tovar, Alberto Rinaldi y Enrique Kossi. Posteriormente viajó a España convocada por Benito Perojo para protagonizar su única película a colores, Doña Francisquita, una versión de la zarzuela de Federico Romero y Guillermo Fernández Shaw, con fotografía de Antonio López Ballesteros. Más allá de ser la figura excluyente del rubro, Mirtha decidió retirarse del cine –su último film fue Con gusto a rabia– para darle inicio a su incursión en la tevé.
El gran acierto. Asesorada en lo artístico y representada comercialmente por Tinayre, con quien se casó en 1945, Mirtha, que nació el 23 de febrero de 1927 y en sus documentos figura como Rosa María Juana Martínez Suárez, se arriesgó a un cambio de paradigma personal, tan riesgoso como tentador. Bajo la órbita de un sabio conocedor del terreno como su marido, Legrand debutó como conductora y jamás paró. Fue en 1968 cuando Alejandro Romay, ex dueño de Canal 9, tras un pequeño período de inactividad, le ofreció estar al frente del ciclo denominado Almorzando con las estrellas. La posibilidad fue vista con buenos ojos por Mirtha y su entorno, aunque Tinayre, siempre tendiente a la optimización y atento al más mínimo detalle, acotó: “Me parece que debería llamarse sólo Almorzando…”. Así fue, y su primera emisión, puesta en el aire el 3 de junio de 1968, rozó los 18 puntos de rating, con invitados como Alberto Migré, Leopoldo Torre Nilsson, Beatriz Guido y Duilio Marzio, además del propio Tinayre.
Tiempo después el programa fue renombrado y pasó a ser Almorzando con Mirtha Legrand a raíz del protagonismo y del perfil ambicioso profesionalmente hablando de la conductora. Era un formato totalmente novedoso para la televisión, y Mirtha ya encabezaba las más importantes revistas de interés general, siendo considerada una de las mujeres más influyentes de la Argentina a la par de Ernestina Herrera de Noble y la mismísima Amalia Lacroze de Fortabat. Con el acompañamiento de la audiencia, en el canal estaban muy felices con la labor de Mirtha y comprendían que la apuesta de Romay había arrojado resultados rápidamente, pero esa especie de “luna de miel” sufrió un final abrupto por cuestiones ideológicas. Puntualmente el 6 de noviembre de 1972, uno de los comensales de los almuerzos de Mirtha, el cirujano Miguel Belizi, mencionó durante el programa al Partido Peronista, motivando la intervención de Mirtha para corregirlo: “Es en realidad el Partido Justicialista, si me permite”, fueron las palabras de la animadora. Se vivían días muy agitados en el terreno político y cualquier comentario podía herir susceptibilidades, mucho más aún proviniendo de un programa tan visto.
Los medios de comunicación eran controlados de cerca y aunque no podía hablarse definitivamente de censura, todo aquel que se manifestara abiertamente en contra del poder de turno podía provocar un dolor de cabeza para los empresarios y dueños de las emisoras. Molesto por este ida y vuelta entre Legrand y su invitado, Romay irrumpió en el estudio de grabación y fue directamente al hueso: “En este canal no se habla de política. Este es un programa cultural en el que los temas tienen que relacionarse con la ciencia, el arte, la literatura o la economía”. Fiel a su temperamento, y aparte sabiendo todo lo que representaba ya para la televisión, Mirtha no se quedó callada y antes de finalizar su programa arremetió con una indirecta muy filosa: “¡Qué lindo sería trabajar en un canal donde una tenga libertad!”. Habían chocado dos pesos pesados. Y previsiblemente, el desenlace de la confrontación concluyó con Mirtha y su programa desvinculándose. Al margen de no oficializarlo ninguna de las dos partes, el alejamiento de Legrand quedó confirmado al otro día, cuando en su reemplazo estuvieron el locutor Orlando Marconi y semanas después la vedette Nélida Lobato. También la sustituyeron, sin éxito, Eduardo Bergara Leumann, Juan Carlos Pérez Loizeau y Ramón Andino.
El destino hizo que Almorzando con Mirtha Legrand cambiara de hogar y se marchara, después de los chispazos con Romay, a Canal 13. Tanta aceptación había registrado el espacio encabezado por la animadora que hasta otros canales que no consiguieron contratarla por temas presupuestarios se inclinaron por parodiarla. Y así fue Haydeé Padilla la primera que la imitó con humor y algo de sarcasmo en Almorzando con la Chona, donde en lugar de comer se tomaba mate. En 1974, mientras se desarrollaba el gobierno de María Estela Martínez de Perón, Mirtha fue blanco de la censura. Aún vivo el antecedente del intercambio de opiniones con Romay, la conductora siempre se caracterizó por un estilo frontal y sin ataduras verbales, al punto de decir lo que pensaba aún ateniéndose a las reglas del juego. El origen del episodio que desencadenó que intentaran acallarla radicó en una entrevista que le realizó a Soledad Silveyra, en la actriz reconoció su miedo a que únicamente pudieran trabajar en televisión los actores identificados con el peronismo. Mirtha defendió a la televisión privada y extrañamente el corte publicitario se extendió más que de costumbre. Al retornar, Legrand se descargó: “¡Qué lindo sería grabar todo lo que acontece durante las tandas!”. Como señalamos líneas arriba, el poder dominante efectuaba un seguimiento continuo a los medios, con personal, inclusive, especializado y dedicado full time a la tarea de interiorizarse sobre el contenido de cada una de las programaciones.
Tan sólo un día después, Mirtha tenía previsto un almuerzo a solas con José Antonio Allende, pero fue cancelado a último momento, llamativamente. Esta “suspensión” obedeció a que José María Pesquini Durán, miembro interventor del canal, le informó horas más tarde de su duelo con Silveyra que estaba “despedida”. Su contrato no había vencido y el 2 de octubre Mirtha fue citada a una audiencia por el ministro de Bienestar Social –y hombre fuerte del gobierno de Isabel Perón– José López Rega, buscando que la respaldaran en su controversial situación, ya que el canal estaba intervenido. “La señora presidente mandó a decirme que me quedara tranquila, que lo mío se iba a solucionar y que le había encargado eso al señor ministro”, contó Legrand en el marco de una conferencia de prensa que brindó tras reunirse con el funcionario. Sin embargo, en los hechos sus palabras jamás se reflejaron, pues ya no regresó a Canal 13 y recién retomaría su actividad una vez que asumió la junta militar. Fue allí, en junio de 1976, tres meses después del golpe que derrocó al gobierno de Isabelita, cuando Mirtha volvió a grabar.
Al equipo estatal. Las reiteradas contiendas que venía sosteniendo con gente del poder político fueron forzando salidas inesperadas, aún en momentos donde Mirtha era una figura excluyente y sus programas muy seguidos por el público. En 1980, ya alejada definitivamente de Canal 13 y en forma coincidente con el debut de Argentina Televisora Color (ATC) -emisora puesta en funcionamiento con los militares todavía comandando los destinos del país-, Legrand se sumó a la primera grilla que salió al aire por esa señal. Su aparición entre los nombres más rutilantes sorprendió fuertemente, no tanto por causas ideológicas ni razones emparentadas de lleno con la política. Asombró, más bien, porque la propia Mirtha, en el medio de su conflictivo alejamiento de Canal 13 y recordando los motivos que también propiciaron su adiós de Canal 9, había anunciado que “muy difícilmente” volviera a desempeñarse en televisión.
La conductora estrenó en ese entonces una frase que luego repetiría en el abrir de cada ciclo: “Quizás este sea mi último año”. De más está decir que transcurrió casi una eternidad desde entonces. Más allá de las puertas que se le abrieron en ATC, pese al carácter que venía evidenciando en cada una de sus etapas y su convicción de hablar con total libertad en su programa, Mirtha terminó muy mal con el canal: le hizo juicio. Y su sentencia demoró mucho, porque realmente estaba en juego una montaña de plata. De hecho, ya con el sistema democrático en marcha y con Raúl Alfonsín en la presidencia, el caso llegó a la Corte Suprema. El máximo tribunal se expidió con un revés para Mirtha y ordenó que el canal le pagara apenas un porcentaje minúsculo del dinero reclamado. Ella exigió medió millón de dólares y finalmente cobró menos del 5 por ciento de esa cifra. Mirtha interpretó que la determinación de la Corte respondía a una presión gubernamental y no dejó pasar la oportunidad de recordárselo a Alfonsín cuando lo invitó a su mesa: “Yo no soy rencorosa, pero tengo memoria, doctor. Los años que me dejaron prohibida me ayudaron a madurar, pero ahora básicamente trato de darle contenido social a lo que hago” fueron sus palabras para “tomarse revancha” de lo que le tocó vivir. Paradójicamente, tras haber salido airosa de contrapuntos mantenidos en la dictadura con personajes de distintas banderías políticas, Mirtha transitó uno de sus períodos más endebles laboralmente una vez que la democracia volvió a la Casa Rosada. Recién 1987 pudo reanudar sus grabaciones.
Y no con las condiciones ideales, ya que tuvo que hacerlo en el Hotel Palace y para canales del interior del país. Para generar otros ingresos, simultáneamente, Mirtha hizo Conversando con Mirtha Legrand para Canal 2 de La Plata, como repetición de una señal de cable VCC. Llamativamente, pese al conflicto legal que tiempo atrás los había enfrentado, ATC y Mirtha hicieron las pases y se volvieron a elegir. “Conversando…” empezó a ser reproducido por la emisora estatal todos los jueves, en 1989. En 1990, con la reconciliación contractual formalizada, la diva otra vez encabezó sus almuerzos en esa casa. El primer capítulo del retorno tuvo como invitados a Libertad Lamarque, Bruno Gelber, Nati Mistral, Enrique Pinti y Andrea del Boca. La paz duraría poco, pues en ese mismo ciclo Mirtha optó por instalar el debate sobre la homosexualidad en unos de sus programas, citando para compartir la charla a travestis, transexuales, gays y psicólogos.
Los fatídicos años 90. Según ciertas miradas fue una década distinta. Con argentinos que progresaron económicamente y lograron construir un cimiento patrimonial, y con otros que sufrieron la peor cara de la economía. Con la famosa “revolución productiva” que todavía la población está esperando y la lluvia de privatizaciones que de entrada engordó las arcas del país, pero que después empeoró el nefasto cuadro de situación que disparó el famoso “1 peso, 1 dólar” en el marco de la cuestionada convertibilidad. Mirtha la inició dejando de lado los rencores o los celos dentro de Canal 9. Políticamente la comunidad ingresaba en un modelo novedoso y a la vez incierto. Por eso su producción convocó como invitados para la emisión estreno del año 91 a Eduardo Duhalde, Domingo Cavallo y Julio Mera Figueroa, todos vinculados al menemismo y con activa participación en la primera gestión del mandatario riojano.
Con el guiño del rating, Mirtha nuevamente se involucraba en las arenas más calientes de la política, con alguna que otra limitación, en una emisora donde ya había sufrido ciertas imposiciones para tocar ciertos temas puntuales. Más allá de estabilizarse nuevamente en televisión e inclusive verse agraciada por el Martín Fierro de Oro, Mirtha sufrió en el año 94 uno de los peores golpes: el fallecimiento de Daniel Tinayre. Sí, una pieza clave a lo largo de su trayectoria. Un hombre que, además de ser su compañero de vida y el padre de sus hijos, Daniel y Marcela, fue el ideólogo a la hora de aconsejarla y asesorarla en un ambiente tan difícil como el del espectáculo. Previsiblemente, fueron suspendidas las emisiones de sus programas por una licencia que ella solicitó. Al volver, efectuó un luto en mensaje público, secundada por algunos amigos, como Delia Garcés y Mariano Grondona. “A Daniel le gustaban mucho las mujeres”, confesó Mirtha cuando, insistentemente, se rumoreaba que Tinayre le había sido infiel en repetidas ocasiones.
Sin ir más lejos, en 1997 Legrand recibió un llamado a su programa de Tita Merello (otra gloria del cine nacional) mediante la cual le afirmó que “Daniel se enamoró de mí, pero se casó con vos”. Esta comunicación habría explicado por qué Tita jamás estuvo sentada en la mesa Mirtha, aunque tampoco trascendió a ciencia cierta si eso sucedió por una decisión individual o porque nunca la convocaron desde la producción. Independientemente de dividir las aguas en diversas ocasiones por su frontalidad, Mirtha, en el 90 por ciento de sus experiencias televisivas, gozó del apoyo del público. Las mediciones lo documentan. Por algo, en 1998 se le dio vida a Mirtha de noche, un espacio similar al de los mediodías pero con sólo un invitado. Un mano a mano, estilo entrevista, por más que la conductora jamás se hubiera autodeclarado periodista. Iba semanalmente y el primero que se sentó a su mesa nocturna fue nada más ni nada menos que Carlos Saúl Menem, quien la recibió en su residencia presidencial de la ciudad balnearia de Chapadmalal. Se desarrollaba tal vez el segmento más crítico de la gestión del jefe de Estado, con un aumento brusco de los índices de desempleo, economías regionales fundidas por una desmedida importación y con la juventud equivocando el camino ante la falta de oportunidades.
Esta coyuntura social impactó de lleno también en la organización de la nota, pues si bien en principio se había acordado llevarla a cabo en el Hotel Hermitage, de Mar del Plata, una protesta de pesqueros lo impidió. De todos modos, este percance no atentó contra el rating, que nuevamente fue alto para una época en la que la televisión abierta ya peleaba con “el cable”. La aparición de Mirtha de noche coincidió con el cumplimiento del trigésimo aniversario de la primera emisión de Almorzando con Mirtha Legrand. Por esta razón las autoridades del canal la agasajaron con la convocatoria de 100 invitados para una semana de festejos que, desde luego, contó con una mesa mucho más larga que lo habitual.
El adiós a un hijo. Tras enamorarse y casarse con Daniel Tinayre el 18 de mayo de 1946, el primer fruto del amor nació en 1948. Fue varón y lo llamaron como su padre: Daniel. “Danielito”, como le decía Mirtha. Más tarde, llegaría Marcela y con la “parejita”, la conductora y su esposo “cerraron la fábrica”. En su porción más grande, la década del 90 le ofreció a Mirtha una estabilidad laboral sin alteraciones, prácticamente, pero la apaleó bastante en el plano personal. Porque Dios quiso que no fuera únicamente su marido quien se despidiera prematuramente del plano terrenal. Danielito, su primer hijo, corrió la misma suerte que su padre en 1999, cuando una enfermedad muy cruel le ganó la pulseada. Había nacido en pleno esplendor de su mamá en el terreno del cine, pero la relación entre ellos recién se encaminó cuando Mirtha quedó viuda. El vínculo madre-hijo se caracterizó más bien por los reproches y la frialdad, dado que Daniel no formó familia y el tema de la sexualidad era todo un dilema en esa época. Mirtha, de pensamiento conservador, jamás lo aceptó. Es más, admitió que, de volver a nacer, resignaría dinero a cambio de compartir más tiempo con sus hijos. “El tiene pasión por su padre. Por mí también, pero por su padre mucho más. Mis hijos han tenido más libertad para hablar temas íntimos con su padre que conmigo. Yo soy una puritana, qué le voy a hacer. En una época se llevaban muy mal y yo sufrí mucho por eso. Pero creo que los hijos, al ver que sus padres envejecen, se van acercando”, fue el testimonio de Mirtha a GENTE, en 1972, cuando su hijo tenía 24 años.
En la misma entrevista, también reconoció que los reclamos de sus hijos giraban generalmente en torno a su ausencia, por motivos, claro, laborales. “Nos hubiera gustado que pasaras más tiempo con nosotros”, era el reproche más escuchado por la Chiqui, quien por eso blanqueó que “yo no volvería a hacer esta vida si volviera a nacer. Después de que me faltó mi hijo, me quedaría con ellos”. El adiós inesperado de Daniel provocó un sacudón en la prensa, pero ni siquiera los periodistas más allegados a Mirtha pudieron oír su voz al otro lado del teléfono para interiorizarse o conocer las razones del deceso, que oportunamente se dijo fueron producto de un cáncer de páncreas. “Disculpe, pero desde que pasó lo de Danielito, la señora únicamente atiende para hablar con su hermana Silvia, con su hija Marcela o con el señor Carlos Rottemberg (productor de su programa)”, era la explicación de Elba, personal doméstico que se desempeñó en el hogar de Mirtha durante un larguísimo período, cada vez que llamaban a la conductora desde alguna redacción o noticiero.
Tiempo atrás, en uno de sus programas, Mirtha se animó a contar por primera vez el momento en que su hijo abandonó este mundo: “Era la persona más buena que conocí en mi vida, la más bondadosa. Falleció en mi casa. Yo le leía libros cuando estaba en la cama, me ponía una bata y me ponía al lado de él para leerle. Y él me miraba. Recuerdo el momento en que murió, me decía que quería ver el sol, la calle, los árboles. Estaba frente a un ventanal enorme. Dio vuelta la cabeza y se durmió”, narró en lágrimas la actriz. Naturalmente, al día de hoy a Mirtha le cuesta sobrellevar el dolor y de acuerdo a sus reflexiones siente que Daniel sigue a su lado, personificado a veces, inclusive, en transeúntes que se cruza en la vía pública. “La risa de Dani no me la olvidaré jamás. A veces voy por la calle y veo alguien que se le parece y lo sigo con la mirada. Hay ocasiones en las que estoy en mi casa y piensa que por esa puerta ya no va a entrar mi hijo”, afirmó, dolida. Después lo recordó haciendo una descripción de Daniel como ser humano: “Mi hijo fue un ser encantador, un hombre de luz. Extraño su risa, sus carcajadas… ¡Era tan gracioso! Siempre tendrá todo mi amor y mi emocionado recuerdo. Yo sé que Danielito está en el cielo porque él era realmente un ángel”.
El nuevo milenio. El nacimiento de la nueva década encontró a Mirtha abriendo la temporada desde Mar del Plata, prácticamente un ritual para ella, pues al igual que en la actualidad aprovecha el verano para renovarse con el aire costero y de paso hacer el programa en vivo, con la gente muy cerquita. La Argentina atravesaba una etapa bisagra en materia política y social, con el fracaso del gobierno de la alianza y los flagelos fecundados en el menemismo. Un tema sensible, sin dudas, pero a Mirtha no le condicionó para meter el dedo en la llaga con tal vez conservar su perfil de preguntar sin filtro, ya una marca registrada en sus almuerzos. En esta oportunidad Mirtha estrenó un sistema novedoso para sus programas: condujo su tradicional ciclo desde Mar del Plata en simultáneo con Mirtha de Noche. Su reconocida formación ideológica la llevó a parecer agresiva en algunas de sus preguntas, por ejemplo, cuando el interrogante fue para Néstor Kirchner, por entonces presidente electo de la República Argentina. “Algunos dicen que con el desembarco de usted en el poder se viene el `zurdaje´ ¿Qué opina al respecto?”.
O cuando le fue al hueso a Eduardo Duhalde, mandatario de la provincia de Buenos Aires: “¿Qué relación tiene usted con el narcotráfico, gobernador?”. En 2008 se cumplieron 4 décadas de Almorzando con Mirtha Legrand y para celebrar fueron invitadas cuarenta personalidades, entre las que se destacaron Antonio Gasalla, Enrique Pinti, Irma Roy, Amelia Bence, Juan Carlos Calabró, Raúl Lavié, Carolina Papaleo, Linda Peretz y Luciana Salazar. Al año siguiente, su programa recibió por votación popular el Martín Fierro de Platino en ocasión del 50 aniversario de APTRA. Mirtha subió al escenario para formular su agradecimiento, pero entre los presentes había varios colegas a los que les había iniciado juicio por calumnias e injurias, como Georgina Barbarossa y el propio Gasalla.
Con el kirchnerismo consolidado a lo largo y a lo ancho del país, la nueva década le dio a Mirtha más de un dolor cabeza. De 2010 en adelante sufrió escraches y hasta denunció haber sido objeto de “amenazas telefónicas”. La agredieron y la persiguieron, y en todos los casos Mirtha asoció estas situaciones traumáticas a “gente de los Kirchner”. Con la década en curso fue severamente criticada también por actores afines al poder de turno, como Federico Luppi, Esther Goris, Juan Leyrado, Hugo Arana y Andrea del Boca, también por mostrarse en contra de los subsidios para el ámbito de la cultura. La reglamentación del matrimonio igualitario y la posibilidad de adoptar para parejas del mismo sexo fueron temas que se debatieron en su programa que despertaron polémica por el trato que Mirtha les dio. Con Roberto Piazza como invitado a su programa, la conductora le preguntó al diseñador, que vive con un hombre y ha reconocido públicamente su condición de gay: “Si una pareja como ustedes adopta un hijo, teniendo en cuenta su inclinación homosexual, ¿hay riesgos de que se produzca una violación hacia ese niño en el hogar?”. Este planteo de la “Chiqui” desató un escándalo mediático y agrios cuestionamientos desde distintos sectores, al punto que entendió que era indispensable retractarse para calmar las aguas. “Fue algo desafortunado de mi parte”, sostuvo días después.
En febrero de 2011 tomó distancia temporariamente de la TV: “Esto no es un adiós, es un hasta luego”, avisó, pero tres meses más tarde se oficializó que no regresaría. Sin embargo, tras dos temporadas de ausencia, volvió por América. Allí se mantuvo hasta 2013, cuando firmó contrato con El Trece, hasta la actualidad. En un principio su programa se transmitió semanalmente, más precisamente los domingos. Luego desdobló su función, saliendo al aire también con La noche de Mirtha. Apegada a un estilo definido y siendo una de las figuras más premiadas del mundo del espectáculo, con 23 Martín Fierro obtenidos y numerosas distinciones más, Legrand continúa haciendo historia con su programa. A los 91 años, ya es una mujer récord a nivel mundial. Nacida en Villa Cañas, con sus hermanos Silvia (gemela) y José vivos, la Chiqui sigue adelante y nada aparenta poder detenerla. Ni los gobiernos, ni los aprietes, ni la salud. Vale la pena rememorar una anécdota. En cierta oportunidad Moria ironizó diciendo que Mirtha “es una mujer que viene del cine mudo”, aludiendo a su avanzada edad. Es verdad, viene del cine mudo, pero Mirtha, paradójicamente a sus orígenes allá lejos y hace tiempo, jamás se calla nada.
La reina madre de los almuerzos en la tele.
Su gran amor: Daniel Tinayre.
Su amada hija: Marcela.
Susana, su amiga y rival de otras épocas.
Los premios: su pasión.
Danielito y Marcela, sus hijos.
Juanita y Nacho, sus nietos.