¿Habrá sido el primer milagro de San Diego Maradona? ¿Será está la primera historia de miles que escucharemos acerca de un mito que todo lo puede aún después de muerto? ¿Fue la mano del chofer del coche fúnebre la que evitó la tragedia en plena autopista, o fue él, ahora desde el cielo, el que lo ayudó a torcer un destino que parecía inevitable? ¿Será, simplemente, una forma de sentirlo vivo todavía, una manera vana, inútil y hasta ridícula de creer que todo esto que vivimos desde el miércoles al mediodía no es nada más que parte de una pesadilla? Un sinfín de preguntas sin respuestas, y una pequeña realidad feliz entre tantas realidades dolorosas y angustiantes: un fanático saltó al asfalto a saludar al cortejo que trasladaba al Pelusa a su última morada, y el chofer le salvó la vida al gambetearlo como Diego a los ingleses en su gol inmortal.
Desde el crepúsculo de ayer, los restos de Diego descansan junto a los de sus padres, Don Diego y Doña Tota, en un cementerio privado de la localidad de Bella Vista, al noroeste del conurbano bonaerense. Para llegar hasta allí desde la Casa Rosada, donde se realizó un velatorio multitudinario y desbordante de pasión, fervor y tristeza, se montó un gigantesco operativo que incluyó la participación de todas las fuerzas de seguridad y que mostró a un puñado de autos conformando la caravana del dolor: primero el que llevaba las ofrendas flores, luego el que trasladaba el cuerpo del mejor jugador de todos los tiempos y finalmente aquellos en los que viajaban los familiares más directos. Alrededor, un sinfín de motos de la policía.
Al salir de la casa de gobierno, una maniobra sencilla los depositó en la avenida Paseo Colón. A los costados, miles de personas con camisetas de todos los equipos y la bandera argentina saludaron el último paso de su máximo ídolo. En la subida de la Avenida San Juan agarraron la autopista 25 de mayo. Allí el recorrido se hizo mucho más rápido y tanto los vehículos como las motocicletas policiales alcanzaron velocidades cercanas y de a ratos superiores a los 70 kilómetros. Cada tanto aparecía un nuevo gentío para tributarle el último adiós al popular y querido Diegote.
Lanzados a esa velocidad, con la mayor parte del trecho ya recorrida, ocurrió lo que podría haber sido una tragedia. Un fanático salió de la multitud, esquivó las motos que iban en zigzag precisamente para que la gente no pudiera acercarse y quedó de frente al coche fúnebre en el carril central de la autopista. En cualquier circunstancia normal, una muerte segura.
La maniobra fue digna de un Fórmula 1 y salvó lo que podría haber sido una tragedia.
Pero no. El chofer, con la habilidad de un Lewis Hamilton, el rey actual de la Fórmula Uno, o de un Agustín Canapino, el dominador de estos tiempos del Turismo Carretera, efectuó una maniobra con tantos reflejos como precisión y pudo "eludir a lo Diego" a esa persona que, ganada por la congoja y la pesadumbre, se había arrojado a saludarlo quizás sin medir las consecuencias de lo que estaba haciendo.
El cortejo siguió hasta la bajada que le permitió salir a la bajada que lo depositó en Bella Vista, donde tuvo algunos problemas para llegar a su último destino. Como si Maradona no quisiera perder el contacto con su gente, que lo lloró desde que se conoció la noticia de su deceso y lo seguirá llorando por los siglos de los siglos. El auto en el que iba Diego perdió su espejo retrovisor.
Qué importa esa mancha. Lo único que no se mancha, desde que lo dijo Maradona y hasta el último de los días, es la pelota.