El grito es el volumen elevado de la voz que necesitamos utilizar cuando la persona a la que queremos hablarle está lejos o tiene alguna dificultad auditiva. Sin embargo, utilizamos este mecanismo para distintas situaciones.
Usamos el grito para imponer una idea que no es aceptada por la otra persona, y no nos damos cuenta que dejamos en evidencia nuestro aspecto autoritario. Usamos el grito cuando deseamos decretar una verdad que creemos absoluta, y nos damos cuenta de que tenemos una personalidad rígida. Usamos el grito, para mostrar poder y convicción en nuestras ideas, y nos damos cuenta acerca de nuestra falta de recursos para explicarlas.
Usamos el grito para convencer sobre nuestras ideas a distintos grupos, y no nos damos cuenta que los estamos descalificando, creyendo que no pueden comprender lo que les estamos diciendo. Usamos el grito para demostrar que somos verdaderos líderes, y no nos damos cuenta de que
estamos creyendo mas en nuestra fuerza que en nuestra razón. Usamos el grito para dominar, y no nos damos cuenta que no sabemos lograr su atención con una forma mas agradable. Usamos el grito para conquistar, y no nos damos cuenta que no sabemos lograr acuerdos.
El grito habla de nosotros; y nos dice que no tenemos autocrítica. Habla de lo que nos falta aprender, y de lo que no queremos ver de nosotros mismos. Si lo pensamos en profundidad, es tan lógico como triste. Estamos en una cultura en la que se valora el poder y el éxito rápido; no hay tiempo para aprender a vivir mejor en la sociedad en la que estamos, o en la familia que no tocó, o en el trabajo que tenemos. No estamos muy lejos de la “ley de la selva” en la que gana el más fuerte.
"Se construye así un equilibrio social, laboral, y familiar en el que el que grita más fuerte supuestamente es el que sabe y conduce; los demás deben callarse y hacer lo que se les dice que hagan. ¿Cuál es la consecuencia de esto? El empobrecimiento mental de las personas".
Pareciera que gana la frase de que “el que ruge más fuerte tiene poder”. Nos domina la creencia de que se llega al éxito con fuerza y sacrificio. Nuestra frase de la mesita de luz sería: “Mientras podamos rugir y aturdir, nos seguirán hasta donde lo deseemos”. Cuando nos aturden con gritos, nos confunden; para resolver esto, lo mas fácil es darle al “gritón” el poder de la lucidez.
La otra parte de esto es que anulamos nuestras cualidades. Por acostumbramiento entramos en una zona de comodidad que nos anula.
Dicho de otra manera: Es más fácil aceptar y seguir al que parece saber, que cuestionarlo y discutir. Así, por un lado, se construye un vínculo en el que uno grita y los demás se callan y obedecen; y por el otro, se construye un tipo de grupo social que no necesita pensar ni evolucionar como especie porque su líder, el poderoso que grita, conquista sus pensamientos y anula su capacidad de darse cuenta lo que está bien y lo que está mal.
"Ojalá que alguna vez nos animemos a confiar en lo que sabemos decir con buenas formas. Ojalá que alguna vez aprendamos a escuchar. Ojalá que alguna vez nos animemos y aprendamos a estar en desacuerdo respetuosamente. Ojalá que alguna vez aceptemos que el otro puede tener razón".
Se construye así un equilibrio social, laboral, y familiar en el que el que grita más fuerte supuestamente es el que sabe y conduce; los demás deben callarse y hacer lo que se les dice que hagan. ¿Cuál es la consecuencia de esto? El empobrecimiento mental de las personas. Lo que se dice a los gritos son ordenes que buscan no ser cuestionadas, y se trasforman en decretos
que hay que respetar, para evitar el castigo de dejar de formar parte del grupo al que creemos pertenecer.
El miedo a que nos echen de donde creemos pertenecer genera que nos callemos la boca. Gritamos para dominar y mostrar que nuestro rugido es el sello que nos posiciona como el “rey de nuestra selva”.
Ojalá que alguna vez nos animemos a confiar en lo que sabemos decir con buenas formas. Ojalá que alguna vez aprendamos a escuchar. Ojalá que alguna vez nos animemos y aprendamos a estar en desacuerdo respetuosamente. Ojalá que alguna vez aceptemos que el otro puede tener razón y que habla muy bien de nosotros reconocerlo. Ojalá que aprendamos que el equilibrio que se practica entre el que grita y el que calla, deje el paso al intercambio de ideas, que lleva a la conclusión de que la razón, no es de uno o del otro, sino que es el resultado de un dialogo bien intencionado en el que ambas partes pusieron lo mejor de sí para
llegar a una conclusión que le convenga a todos.
Por el Licenciado Alejandro Leiterfuter (MN 30965).